Por: Salvador Hurtado
Hartos de la Política. Nos comentan algunos conocidos, que están saturados de escuchar y leer por los noticieros, TV, periódicos, por radio, por las redes sociales etc., cuestiones electorales y de política, que existe hartazgo y cansancio. Opinan algunos que no sirve de mucho el que se involucre en demasía el pueblo, ya que en toda su historia, los candidatos prometen mucho en algunos casos desproporcionadamente y se cumple poco muy poco…¡Ya veremos!… Se debe retornar todo a la regularidad, quien no trabaje, pues vivirá las consecuencias. Mientras no veamos que se combata a la delincuencia, seguiremos al acecho para no ser víctimas de los salteadores. Así que esta ocasión hablaremos de lo más preciado que nos ha dado el creador… La Mujer… Y uno de los retos cotidianos que tiene que capotear.
Yo sé que ustedes me van a entender; por las mañanas, cuando me visto, nunca he perdido un segundo en pensar “¿voy a tomar la combi? Entonces, ¿qué tipo de pantalón y de camisa tendré que usar?”.
Quizá en alguna ocasión he tenido que pensar que debo vestirme un poco más formal, si tengo una junta de trabajo que lo requiera. Pero nunca he pensado si mi camisa o mi pantalón puede ser “mal interpretado” por la persona con la que voy a reunirme. Menos he tenido que pensar cómo hago para “verme intencionalmente gacho y no parecer frívolo”.
Si el camión urbano va muy lleno y hay una mujer detrás de mí, nunca he considerado que deba vigilarla, por aquello de algún recargon o que meta mano. Si camino por la calle y veo un grupo de mujeres, nunca he sentido miedo por pasar cerca de ellas. ¿Me cambio de acera? Por aquello de que me molesten y me digan improperios dándoselas de muy seductoras las infames.
Me cuesta trabajo imaginar que, si algo me pasara, un policía o un agente del ministerio público me diría que me lo busqué por la forma escandalosa en cómo iba vestido y que me confundieron con un cualquiera. Nunca he tenido una jefa que me diga “chaparrito”, ni “príncipe”, ni “morenazo”, o que me diga ¡presta, que te cuesta!.
Y si alguna vez he tenido que denunciar algo vía redes sociales, nunca he recibido tuits o mensajes de mujeres diciéndome que me lo merezco por cusco, buscón y promiscuo, o que seguramente provoque las reacciones y que dé gracias a dios que evito, me hicieran algo peor como violarme por lo menos.
Nunca.
Suena absurdo, ¿no? ¿Tenerle miedo a un grupo de mujeres?
Pero si nunca he sentido, sufrido, pensado o padecido algo de esto no es porque tenga algún poder especial o porque sea diferente. Es simplemente porque soy varón. Y por eso suena tan absurdo.
Porque si fuera mujer, todos los “nunca” que han leído tendría que cambiarlos por unos “siempre”. Una mujer siempre tiene que pensar en la ropa que va a usar, siempre corre un riesgo al pasar en medio de un grupo de varones, siempre será culpada por la forma en que un hombre reaccione…
Porque en este país, una mujer debe saber que en la calle, en la oficina o en la escuela, hay hombres convencidos de que pueden agredirla, acosarla, insultarla, solo porque son mujeres.
Y no hablo de hombres “enfermos”, sicópatas. Hablo de casi cualquier hombre-jefe-compañero-pariente-colega-desconocido, que además sabe que su agresión quedará impune. Gente común, que ha normalizado esta violencia.
El tema no es nuevo, aunque es normalmente invisible. Pero en los últimos días pienso más en mis “nunca”, a causa de los casos sobre violencia contra las mujeres denunciadas en los medios. Hace días toca la nota de una periodista que sufrió acoso sexual en plena transmisión por televisión al ser besada por un sujeto poniéndole la mano en un seno. Al día siguiente protestó por el hecho y en las redes fue insultada a más no poder inclusive por mujeres argumentando que la hacía de pedo por nada grave, otra mujer que se atrevió a usar falda en el centro de la ciudad y se topó con un tipo que la grababa con su celular. Uno más que violó a una mujer y subió el video en una página porno… Nunca les hubiera pasado si fueran hombres.
Ni qué decir de violaciones no denunciadas (80 por ciento, según los cálculos de Amnistía Internacional) y los feminicidios, ocurridos todos los días, sin excepción. Por eso la insistencia. Porque no hablo de lo extraordinario, sino de lo normal, aunque sea con frecuencia silenciado.
Ya lo reveló un estudio realizado por El Colegio de México: 80 por ciento de las mujeres se sienten inseguras al transitar por la ciudad de Morelia; una de cada dos mujeres han sido agredidas sexualmente, por una frase, un tocamiento o una violación; el 40 por ciento de las mujeres ha modificado su vestimenta si van a usar transporte colectivo.
No sería así, si fueran hombres.
Ya lo denunció la periodista, en su conmovedora denuncia:
“Sí he tomado, sí he salido de fiesta, sí he usado faldas cortas, como la gran mayoría por no decir que todas las niñas de mi edad. ¿Por eso me van a juzgar? ¿Por eso me lo merecía? ¿Por eso pasó lo que pasó? ¿Por andar de noche con mis amigas?”.
Jamás le hubiera pasado si fuera hombre.
Y ahí está el origen del porqué los hombres creemos que la violencia que ejercemos contra las mujeres no existe, fue provocada, era sólo un chiste, o no se hace “con ganas de agredir”. Porque es normal. Porque era solo un piropo.
Por supuesto, hay un fallo grave en las políticas diseñadas por los gobiernos estatal y federal que han sido incapaces de frenar la impunidad, que es una constante en estas agresiones. Hay estados, como todos lo sabemos, que ni siquiera penalizan la mayoría de los diferentes tipos de agresión.
Esos gobiernos no han sido capaces de diseñar políticas que permitan la denuncia y la persecución del delito, y se han quedado muy cortos en lo que se refiere a la prevención.
Sin embargo, no podemos eludir que tampoco hemos sido capaces de erradicar esta violencia en cada casa, ahí donde se vive agresión física, sexual o emocional.
No es ninguna sorpresa decir que los hombres hemos sido educados bajo el criterio patriarcal, según el cual las mujeres son nuestra propiedad y la violencia nuestra prerrogativa. Por eso hay que repetir que el germen está en el machismo, la desigualdad y la discriminación que se enseñan en cada casa.
La violencia machista, hay que insistirlo, cobra víctimas todos los días. Y debe cesar.
A los periodistas, por lo pronto, toca informar y denunciar, sin re victimizar a la mujer. Pero eso tampoco es suficiente. Hay que gritarlo todos.