Por: Lilia Cisneros Luján (ver agradecimiento final)
Aprendiendo a ser pobre
6 de septiembre 2018
A los pobres siempre los tendréis con vosotros, reflexionó Jesús, ante aquellos que consideraron un gran desperdicio cuando una mujer miembro de la familia que el confesaba como sus amigos derramó perfume sobre su cabeza[1] y es verdad la historia aunque en referentes poco estudiados, reconoce la realidad de la pobreza. Entre este fenómeno en el llamado medioevo –siglos V al XIII- y lo que hoy se considera en ese rango, hay diferencias significativas. En la edad media los pobres eran como nuestros “extremos”, apenas con lo mínimo para sobrevivir y la inminencia de una muerte muy alejada del promedio mundial.[2] Lo que mas temían los humanos, mayoritariamente habitantes de las áreas rurales, era pasar hambre o enfermarse, pero a cambio de ello había una solidaridad social hoy perdida en grupos de norteamericanos o europeos, que pueden pasar una vida completa ignorando quienes son sus vecinos o aun los rentistas de algunas de sus propiedades. Dicho de otra manera, carecer de lo necesario para el sustento vital en la edad media no era sinónimo de desamparo total.
Frente a la realidad del crecimiento demográfico que entre otros muchos fenómenos trajeron el desplazamiento o migración a las urbes no rurales –Constantinopla fue una ciudad avasallada por este tipo de migración- las autoridades de la época empezaron a dictar medidas de control. Nótese que no se trataba de ayudar las víctimas de la pobreza sino de controlarlas, a fin de evitar por ejemplo que la hambruna alcanzara a poblaciones que incrementarían su número de pobres. Los efectos negativos de aspectos climáticos o las enfermedades, eran las principales causas de muerte y por ende de migración, frente a lo cual se incrementaron acciones de caridad y otras “virtudes teologales” ejercidas sobre todo en hospitales, casas de reposo para ancianos, orfanatos, asilos para pescadores, artesanos y en general pobres que no tenían sitios para rehabilitarse o simplemente envejecer y morir. Fue la crudeza de estas poblaciones pobres de los hospitales lo que de alguna manera impulsó investigaciones que dieron fama a algunos seres dedicados que al final del día merecieron reconocimiento honorífico y hasta el inicio de la producción masiva de medicamentos que hoy aminoran la crudeza de la enfermedad y concomitantemente la riqueza de los dueños de las patentes.
Entonces como ahora la calidad de la atención para el enfermo era distinta si este estaba internado en un hospital pobre que en la residencia del pudiente o en la clínica donde estos se rehabilitaban con cuidados especiales. ¿Será por ello que hoy los políticos de alcurnia tienen como prestación seguro médicos mayores que les garantizan el acceso a hospitales de ricos?
A diferencia del medioevo, si hay escasez los ricos siguen comprando –aunque sea a crédito- lo indispensable en el supermercado y apenas algunos más por razones de moda alimentaria que por conciencia de pobreza, siembran algunas hierbas y ciertos vegetales en un mínimo espacio de su jardín. El temor a ser pobre del humano del siglo XXI, no está directamente relacionado con el hambre, sino más bien con el aislamiento social; la ignorancia de las auténticas penurias del pobre no le da contenido a la petición cotidiana de “danos el pan de cada día”, como ocurrió en aquellos lejanos tiempos en que la solidaridad de cercano fue siendo sustituida por las instituciones caritativas regidas básicamente por los ricos religiosos fueran estos miembros de la estructura eclesiástica o solo sus beneficiaros. Un anciano que fue de clase media, al cual sus hijos no proveen –porque no quieren o no pueden- ¿acude con libertad a un comedor comunitario? ¿Qué le pesa más al que ha caído en la pobreza, el hambre o la vergüenza?
La reducida riqueza del ser humano que vivió antes de los estados benefactores fortalecía la fraternidad y la solidaridad en una realidad donde la pobreza era una suerte común, hoy esta inercia surge ante tragedias como un temblor y en general cualquiera catástrofe que impacta nuestra dormida conciencia de lo limitado y finitos que somos.
En la memoria genética, parece brotar el carácter ancestral del pobre de la antigüedad lejana, el cual es feo, sucio, desechable, maloliente, repulsivo e indigno[3], aunque a la vez sea merecedor de la caridad y conmiseración del otro que “debe” respetar los derechos humanos. ¿Por qué disminuye brutalmente el número de visitas a quien ya no es parte de la estructura política de un sexenio? ¿Qué determina la ausencia de regalos en el árbol de navidad de ex secretario de estado, el ex diputado o el ex senador?
¿Por qué las agencias funerarias tienen mas visitantes si el fallecido es familiar de un rico o un poderoso? ¿Puede uno de estos personajes “ex” clase media o rica aprender a ser pobres?
Quizá la primera parte del aprendizaje es perder el temor de ser considerado como repulsivo o desechable. Seguidamente hay que fortalecer las áreas emotivas que serán objeto de ataque por quienes durante años reprimieron la envidia y que hoy al menor suspiro dirán que fuiste corrupto, injusto, inhábil, soberbio, mal agradecido y muchos otros señalamientos de todos tus “amigos” interesados. La tercera es tener la humildad de conservar su auto menos ostentoso, gestionar los documentos que te identifican como pobre –tarjetas de alimentos, jubilado del ISSSTE o el IMSS, derecho-habiente del seguro popular, etc.,- y administrar las finanzas familiares de acuerdo a tu realidad: hijos van a escuelas públicas, compran los días de baratas y limitan su gasto a lo que es posible pagar, conservando el crédito solo para las emergencias.
Los que ya han sido parte de esta condición verán como revitaliza el recordarlo y los que siempre gozaron de privilegios, aprenderán la riqueza que le ha permitido a los pobres sobrevivir por los siglos de los siglos, sin caer en la indigencia y demostrando que son menos locos o criminales que muchos ricos.
[2] En el siglo X, un cuarto de los niños moría antes de los cinco años y otro cuarto antes de la pubertad.
[3] Michel Mollat: Francés quien estudio la pobreza en la edad media.
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Agradecida a todos quienes están apoyando para restablecer los programas del Instituto para la Atención Integral del niño quemado