Por Sr. López
Arde
Marcelo era esposo de tía Catalina, de los de Toluca. Siendo médico, vendía seguros. Dejó de ejercer porque cuando le tocaba un paciente con una enfermedad grave, le daba una pena terrible decírselo, pero al mismo tiempo, sentía escrúpulo al decirle que gozaba de cabal salud, sabiendo que le quedaban días de vida. Mejor dejó eso y vendiendo seguros le fue mejorcito que regular. Hizo bien…
Todo lo que sigue está dedicado -respetuosamente-, al secretario de Hacienda, el matemático y doctor en Economía, muy decente y sonriente señor Carlos Urzúa:
Según el diccionario, ciencia es el “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente”. La economía no es ciencia.
Por su lado, las finanzas son el “conjunto de actividades relacionadas con cuestiones bancarias y bursátiles o con grandes negocios mercantiles”. Tampoco son ciencia.
Pero las matemáticas y la contabilidad sí lo son; las primeras por ser una “ciencia deductiva que estudia las propiedades de los entes abstractos, como números, figuras geométricas o símbolos, y sus relaciones”; y la contabilidad porque son puros números para llevar cuenta y razón de los caudales y bienes públicos o privados.
Por eso -¡sorpresa!-, hay empresas calificadoras: porque las finanzas no son ciencia y para brindar el servicio de orientación a los inversionistas, hay que tratar de atinar a quién pagará o no sus deudas (créditos), quién pagará mejores o peores rendimientos. Si las finanzas fueran ciencia, las cosas serían mucho menos enredadas, pero cuando en el rendimiento de una inversión influye la confianza o el miedo, puede ganar o perder valor un bono, un pagaré, una acción bursátil (y lo ganan y lo pierden por tan razonadas sinrazones… a veces).
En el buen o mal crédito de empresas privadas, entidades públicas o gobiernos, influyen factores como la credibilidad de un Gerente, un Tesorero o un Jefe de Estado; el clima, los fenómenos naturales, las guerras… muchas piezas sueltas. Y encima, las empresas calificadoras meten la pata, porque el ser humano mete la pata… qué novedad.
En este planeta las tres principales empresas calificadoras, porque son las que menos meten la pata y en las que más confían los grandes inversionistas, son Standard & Poor’s (fundada en 1860); Moody’s (fundada en 1909); y la Fitch Ratings (fundada en 1914). O sea, la más jovencita, tiene 105 años ganado dinero por evaluar y calificar la confiabilidad de inversiones; la menos chamaca, ya cumplió 159 años. Algo han de saber hacer bien. Digo…
Por curioso que resulte, las calificadoras cobran sus nada despreciables honorarios de las propias empresas, bancos, fondos de inversión y países que califican, porque les solicitan ser calificados para obtener créditos, para colocar sus bonos o acciones, por ejemplo. Y califican a sus clientes con la propia información que les proporcionan ellos, junto con datos e información públicos. No son adivinos, no juegan “Melate”, ni hacen horóscopo a las empresas ni a los países: hacen sumas y restas, checan qué tan confiable es el Gerente o funcionario… y emiten su evaluación.
Después de que esas tres calificadoras repetidamente han advertido al actual gobierno federal, a Pemex y muchas otras empresas y bancos que tengamos cuidado, mucho cuidado, que estamos tomando por el rumbo equivocado, no puede salir don Urzúa a decir: “Esto de las agencias hay que tomarlo como un granito de sal, no bajaron las calificaciones, bajaron nada más las perspectivas, eso es todo, no hay que hacer una tormenta en un vaso de agua”. ¡Don Urzúa!… no vaya a pasar a la historia como “el granito de sal”, como Carstens quedó como Mr. Catarrito.
Nuestro Presidente está incómodo por las opiniones de las calificadoras, pero esas empresas tienen sentimientos de ampáyer de béisbol: cero. Y nuestro Presidente debe recibir de su Secretario de Hacienda y de la titular de Energía (Rocío Nahle), información completa y dura (en octubre de 2018, doña Rocío de todos nuestros respetos, declaró: “No confiamos en Fitch”… ¡alabado sea el Señor!… en cuestión de macroeconomía y finanzas, después de Fitch, queda Dios Padre, señora, por favor, por favorcito).
Y este ingrávido y gentil tecladista se atreve a dudar de la información que se le proporciona a nuestro Presidente, porque les acaba de reprochar a las calificadoras que “antes”, cuando el neoliberalismo (¿ya nos salimos?… primera noticia), estaban callados, en silencio cómplice, y: “Calificaban con 10, con excelencia. En ese tiempo todo era, como se calificaba en la universidad, (sólo) MB”.
No, no es así: en agosto de 2016, sexenio de don Peña Nieto, la Standard & Poor’s bajó de “estable” a “negativa” la perspectiva de las calificaciones soberanas de México (Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública; Cámara de Diputados; análisis “La deuda nacional bajo las presiones de Trump y el dólar: ¿antesala de una crisis?”; autor, Gabriel Fernández Espejel, maestro en economía por la UNAM). Y antes, en el periodo de mi general Calderón, estuvo peor, porque la misma Standard & Poor’s, le bajó un nivel al grado de calificación de la deuda soberana de México (15 de diciembre de 2009, La Jornada, página 17, para que no batalle).
El Presidente alega con su mejor buena fe que las calificadoras no consideran que “ya no hay corrupción en Pemex”… y tiene razón: ni lo toman en cuenta ni les interesa, para esos el único idioma es el dinero. Califican bien a los honrados o rateros, pero rendidores; son despiadadas, como el maestro de Geografía que reprobó a su texto servidor en Secundaria, sin importarle un pito la bronca 12 grados Richter en que metió al entonces doncel López.
Ahora bien, puede ser, tal vez, quién sabe si don Urzúa hizo una restricción mental y dijo lo del granito de sal quedándose para sus adentros que ese granito nos lo pusieron en la herida… y sí, arde.