Por: Salvador Hurtado
LOS LAMBISCONES
Veo con sorpresa que término el “lambiscón” se relaciona con la “adulación”. ¿Cómo puede ser? -Digo-, tratándose de un término con tanto sentido nacional. Sin embargo, es Paz quien tiene la idea más brillante y sucinta: “El servilismo ante los poderosos, especialmente entre la casta de los funcionarios y politicos, esto es, de los profesionales de los negocios públicos es una de las deplorables consecuencias de (chingar o ser chingado; de humillar o ser humillado)”. Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente “lambiscones” –de lamer–”. Son los llamados lameculo.
El lambiscón es un tipo muy abundante en nuestro medio, como no tiene capacidad para nada, o apenas para poco, suple sus deficiencias con ser un rastrero. Tipo con la lisonja en la mano, acude a ella en el momento oportuno para congraciarse con quien le conviene. Suele ser meloso y medio afeminado, camina con andaditos que da mucho en que pensar, tanto por lo que a él se refiere como con respecto a su protector, de quien se suele sospechar y a quien se cuelga un rosario de muertitos.
“Sí señor, como usted ordene”, “en el momento que desee”, “ya sabe, sus deseos son órdenes para mí”, “usted sólo diga y estoy para servirle”, “jefecito nada más dígame rana y yo brinco”. Estas y otras frasecitas estudiadas acompañadas de caravanas y ademanes y otras zalamerías, son clásicas de estos sujetos. Dedicados alverjones, no ser tocados ni con el pétalo de una rosa sin que resientan horrores. Hay que tratarlos como chiquillas de quince años para que no se encabronen, ya que para contentarlos hay que hacer una paciente labor.
Botana de los cabrones que nunca faltan en las oficinas, éstos les fabrican cuentos a sus costillas y los imitan en su estilito maricón, que provoca en ellos corajitos que van desde quejas hasta pataleos.
Pero hay otra clase de lambiscón que es el más peligroso, ya que lo sabe hacer. Sabe meterse con quien le conviene. Su arma es la intriga y poner a unos en contra otros para ver que raja saca convirtiendo el lugar de trabajo en una cena de negros. Todo el mundo los aborrece, pero no hay más remedio que llevarse con ellos, aunque cuidando la lengua, pues al menor traspié el infeliz está envuelto en un tremendo problema.
Pero el lambiscón, ya sea de jotito o de cabrón, es un sujeto que a todo el mundo cae gordo, porque no tiene los productos gallináceos suficientes para ser derecho.