Por Gregorio Ortega Molina

*Cuando el daño es de tal magnitud y se repite en un presente prolongado, porque las víctimas regresan a reclamar su recuerdo, resulta imposible olvidar el horror con el que convivimos a ojos cerrados, en la idea de que el mundo nos sonríe y debemos mostrarnos optimistas y agradecidos, pues para velar nuestro sueño es que concebimos al Estado y sus instituciones. No pasa nada… pero sí pasa, y todo

No deja de asombrarme la capacidad que tenemos los humanos para hacernos daño unos a otros. Muchos parecen complacerse en su propia crueldad, como consta en las narraciones de Horacio Quiroga, o en los testimonios del modito en que gobernó Stalin, el padrecito de la madre Rusia.

Literatura y realidad van de la mano por el sendero de nuestras vidas. Lo triste es que está lejos de las fantasías, las aventuras, la conocida como historia oficial. Para mostrarnos el otro lado del espejo hizo irrupción la novela negra, la que exhibe lo que nos negamos a reconocer y nos empeñamos en ocultar. El mal existe, se hace presente, se manifiesta con todo su horror en la vida cotidiana del vecino, del pariente que ves de cuando en cuando. Está en la clerecía, en los gobiernos, oculto entre las autoridades que deben garantizar seguridad.

No es el terror de Lovecraft o Poe… tampoco Shelley o Stoker, sino el retrato de esas miserias humanas que ahora se manifiestan en las fosas clandestinas, en los crímenes políticos, en la muerte precipitada por falta de medicamentos, en el envilecimiento propiciado por los programas sociales, en los hechos cotidianos de la vida en Atizapán.

Carmen Morán Breña, de El País, entrega el siguiente testimonio, fechado el 19 de mayo último: “La pala excavadora seguía este miércoles arañando la tierra en busca de restos de mujeres supuestamente asesinadas en casa de Andrés N., El Chino, en Atizapán (Estado de México). El hombre fue encarcelado el lunes tras un registro policial en el que se encontraron indicios de que había matado y descuartizado a una de sus víctimas, Reyna González, de 34 años, desaparecida hacia el jueves de la semana pasada. La Fiscalía encontró bisutería, zapatos, esmalte de uñas, un secador de pelo, y algunas identificaciones de otras dos mujeres cuyo rastro se perdió en 2016 y 2019. Se trata de Rubicela Gallegos y Flor Nínive Vizcaíno. De inmediato dieron por seguro que estaban ante un asesino reincidente.

“Un despacho de la agencia Efe informó de que familiares de ambas mujeres habían estado identificando los objetos de las víctimas y señalaba que el asesino había asegurado haber cometido hasta 30 asesinatos en dos décadas. Aunque no se atribuyen las fuentes de dicha declaración, la máquina excavadora seguía este miércoles hurgando la tierra bajo la casa de la calle Margaritas, donde el hombre, de 72 años, acumulaba centenares de trastos viejos, también desmembrados, junto al limonero, esperando que el tiempo se olvide de ellos”.

Cuando el daño es de tal magnitud y se repite en un presente prolongado, porque las víctimas regresan a reclamar su recuerdo, resulta imposible olvidar el horror con el que convivimos a ojos cerrados, en la idea de que el mundo nos sonríe y debemos mostrarnos optimistas y agradecidos, pues para velar nuestro sueño es que concebimos al Estado y sus instituciones. No pasa nada… pero sí pasa, y todo.

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