Por Hugo Rangel Vargas

El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dejado en claro que necesita recurrentemente legitimar sus decisiones a través de determinadas muestras de refrendo popular. Así lo ha puesto de manifiesto con las criticadas consultas a mano alzada en la plaza pública, o bien, a través de urnas, tal como sucedió en el tema del aeropuerto, así como con su insistencia en la reforma constitucional para ir a la revocación del mandato en el 2021 y con su llamado a la ciudadanía a acudir a la plaza pública en Tijuana ante la amenaza de guerra comercial lanzada por el gobierno de Donald Trump en contra de México.

El tabasqueño es un político de carrera, un hombre de olfato a quien seguramente le quedan claros dos fenómenos que tienen que enfrentar quienes se dedican a la vida pública: el desgaste y la crítica férrea de la oposición. El primero ocurre por la naturaleza misma del ejercicio del poder y el segundo deviene del origen mismo del gobierno, mucho más aun cuando se ha llegado a la presidencia marcando una agenda de contrastes y de rompimiento con el pasado.

Por ello es que López Obrador sabe que la única manera de enfrentar a las resistencias de cambio que se oponen a la agenda de la Cuarta Transformación es generando una corriente de opinión pública que, en momentos críticos y de ser necesario, tenga que salir a las calles a empujar los cambios y reformas que se ha impuesto el nuevo régimen. Dos elementos son importantes para mantener la efectividad de esta carta que el Presidente tiene en su poder: recurrir a ella sólo en situaciones concretas y de elevada conflictividad; así como la permanente comunicación con su base social.

Frente al desgaste natural del ejercicio del poder, la reivindicación de las banderas y de las causas que se defienden es fundamental. En este sentido, López Obrador ha construido su narrativa teniendo como adversario a la corrupción y aunque ha reiterado que la lucha en contra de este mal no se tendrá como puntal a la cacería de los ex presidentes, en los hechos está ocurriendo un fenómeno histórico en la vida del país: la exposición mediática de indagatorias que colocan en el ojo del huracán a los predecesores del morenista.

En el simbolismo de la Cuarta Transformación, Benito Juárez tiene un protagonismo fundamental y en la conmemoración de su natalicio, López Obrador ha propuesto dos llamados importantes, que aunque han sido retirados de la palestra, dan cuenta de una estrategia de defensa del proyecto que él encabeza: para el 21 de marzo de 2019, el presidente había planteado la consulta ciudadana para decidir si se investigaba a sus predecesores y para el mismo día, pero del 2021, propuso la consulta revocatoria de su mandato.

Sí a la oposición a López Obrador le preocupa que el presidente aparezca formalmente en las boletas en el proceso electoral intermedio, parece que esto ocurrirá de forma ineludible, no con su nombre, pero sí con sus banderas.

Y es que la sombra de la corrupción del pasado se cierne de la mano de las investigaciones a los expresidentes que el tabasqueño no alienta, pero que tampoco detiene, dejándola fluir de forma lenta sabiendo que su desenlace podría acercarse al ritmo de la llegada del 2021. Mientras ello ocurre, López Obrador le sigue hablando a su base social en las mañaneras, en las plazas públicas y en las redes sociales; manteniendo así su principal escudo contra una oposición ácida e implacable a su agenda.

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