Por Hugo Rangel Vargas
Vincent Lombardi, el histórico entrenador en jefe de Green Bay, decía que ganar no era lo más importante, sino lo único. En una justa deportiva después de la victoria, llegan las mieles y los festejos, pero pronto, el triunfo trae una carga de mayor responsabilidad. Ganar en la lucha por el poder trae los beneficios de su conquista pero también el peso de la asimetría que conllevan mayores responsabilidades.
En el caso de la contienda que acaba de concluir, en una etapa, con la jornada electoral del pasado 1 de julio; las decisiones favorecieron ampliamente a Andrés Manuel López Obrador y a sus correligionarios candidatos a diversas posiciones de representación. La asimetría mencionada que implica el poder, tiene para el presidente electo el matiz de los contrapesos afines.
Podría cuestionarse, como se ha hecho de que en la democracia los equilibrios son sanos y pretender imponer a López Obrador la aureola de la plenipotencia para entregar, sin pretextos y a la brevedad, resultados de sus ofrecimientos proselitistas. Quizá y contribuyendo a esta imagen de “ahora todopoderoso” que quiere forjarse del tabasqueño en la opinión pública, es que la camarilla en el poder se aprestó a ofrecer, sin chistar, una “transición eficiente”.
Y es que al régimen político mexicano parecía urgirle un relevo de esta naturaleza en el mando presidencial, un tanque de oxígeno puro que ha sido alimentado con una apabullante votación en favor del recién urgido mandatario, quien proviene de las filas de los más recalcitrantes opositores al sistema de privilegios que por años mantuvo la plutocracia priísta y panista en Los Pinos.
El desastre que recibirá no es menor. Una economía que tendencialmente ha mostrado tasas de crecimiento menores sexenio tras sexenio; una planta productiva nacional prácticamente inexistente y un producto interno bruto dependiente altamente del exterior; una sociedad desgarrada por la violencia, la inseguridad y las violaciones a los derechos humanos; una clase política que gastó la confianza de la sociedad en actos de corrupción que se desgranaban en los medios de comunicación sin que pudieran ser contados. Por ello, como papa caliente, el administrador de esta crisis, Enrique Peña Nieto, se propone entregar en cuenta regresiva el poder a su sucesor.
Aún y con la presión de quienes ya reclaman resultados al tabasqueño (pretendiendo descargar de responsabilidades al aún presidente Peña), a López Obrador no le ha faltado creatividad para salir al paso. Ya anunció la venta del avión presidencial, el retiro de las pensiones de los expresidentes, el programa de becas de primer empleo a jóvenes, entre algunas otras medidas más.
Su equipo tampoco parece absorto por quienes comen ansias de resultados. Ya han comenzado a brillar en los medios de comunicación personalidades como Tatiana Clouthier y Olga Sánchez Cordero, esta última proponiendo una revisión en el tema de la despenalización del uso de la marihuana con fines lúdicos. Se ha distinguido además Esteban Moctezuma que ha puesto los puntos sobre las íes en materia de la reforma a la reforma educativa que tendrá cambios en lo que tiene que ver con la evaluación docente.
López Obrador ha ganado y recibirá un desastre en el país. La oposición y sus detractores asoman ya lo que será su estrategia frente a un presidente que tendrá mayoría en el Congreso. Sin embargo, parecería injusto exigir resultados en breve con tan estrechos márgenes delimitados por la magnitud de la crisis, pero seguro es que habrá decisiones que servirán para dar visos de cambio y mostrar a la opinión pública el talante democrático y progresista del nuevo gobierno en los primeros meses.
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