Por Julio Santoyo Guerrero

Tenemos memoria corta. Las temperaturas elevadas nos han acompañado en las últimas décadas, no son la característica de este año. De hecho, las mediciones que al respecto se tienen indican que desde finales del siglo XIX la temperatura del planeta ha venido escalando con lentitud, decil por decil, sin freno.

Lo cierto es que en el presente nos estamos derritiendo y del hecho podemos dar cuenta todos; las alteraciones climáticas llegan a todos los espacios en los que habitamos. Hay una certeza que cruza por nuestras cabezas: el clima es extremo.

El calentamiento global, sin embargo, ha sido banalizado por el espíritu de nuestra era. Nada más sombrío y aguafiestas que la acusación de que nuestro estilo de vida tiene responsabilidad directa en la alteración de los patrones climáticos, pero es real.

La banalización y el negacionismo proveen de “argumentos” al ego humano que goza de la fiesta extractiva de la naturaleza; para la sociedad de consumo el derroche debe ser infinito hasta agotar la última pisca de riqueza. ¡No existe el calentamiento global! ¡No estamos en el límite del equilibrio ecológico! Lo que existe es una percepción subjetiva y tremendista, dicen, mientras el planeta agoniza. ¡Son primitivistas exaltados que van contra el progreso!, acusan.

Cuando en diciembre de 2015 se firmaron los Acuerdos de París, en el marco de la COP21 (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), se estimó que había tiempo para revertir el calentamiento global y que podríamos detener la escalada en 1.5° centígrados. Ahora se reconoce que vamos demasiado aprisa y que no se ha cumplido con los acuerdos para reducir los gases de efecto invernadero.

Demasiado temprano hemos llegado en el 2022 a 1.1° centígrados, por encima de los valores previos a la Revolución Industrial. Y se estima que antes del 2030 podríamos alcanzar los 1.5 grados, si antes no tomamos acciones firmes para sustituir las energías fósiles, para detener y revertir el cambio de uso de suelo, para contener la extinción de especies y para preservar los cuerpos de agua. Si caminamos a este ritmo, nos dicen los expertos, para finales del presente siglo tendremos una temperatura global de 2.8°, que haría del planeta un espacio inhabitable para el homo sapiens y la mayoría de las especies.

La banalización del cambio climático y la generación profusa de realidades alternas en torno al calentamiento global no son el método para atender sus causas. Una es la narrativa política y otra, muy distinta la realidad ambiental. Resultado de la negación es que tenemos un México sin estrategias (a lo mucho proyectos de papel) e inversión suficientes para mitigar dicho cambio ni mucho menos acciones para atender las afectaciones entre la población.

La presencia abrumadora del cambio climático: tormentas extremas, deshielo de los casquetes polares y glaciares de montaña, incremento del nivel del mar y calores inhabitables, también está poniendo en entredicho nuestras creencias sobre el progreso y el desarrollo. El calentamiento global terminará derritiendo las creencias que justifican nuestro estilo de vida.

La incapacidad que hasta ahora han demostrado tener los gobiernos para enfrentar con resultados la emergencia climática pone al descubierto la debilidad estructural y profunda del paradigma político dominante en el cual fundan su proceder, es decir, el de que la acción política es para tener votos en el corto plazo no para resolver los problemas del futuro, o sea, “patear el bote hacia adelante”.

Esta incapacidad estructural de la política es la que ha servido de analgésico institucional para que las múltiples causales locales de la crisis climática como el cambio de uso de suelo, el incremento en el consumo de combustibles fósiles, la privatización ilegal de aguas, sean toleradas y alimentadas por medio de la corrupción y la justificación desarrollista.

Los efectos apocalípticos del cambio climático nos han alcanzado. Estamos llegando tarde a las acciones de contención y remediales, prueba de ello es que los gobiernos globales, nacionales y locales comienzan a verse rebasados en materias vitales como el suministro energético, en salud, en producción de granos, en migración climática, en ocupación laboral asociada a pérdida de empleos por dicha causa, y en el desarrollo de nuevas habilidades para la sobrevivencia de la población bajo climas extremos.

De nada sirve reivindicar los Acuerdos de París mientras en Michoacán se tolera día con día el cambio de uso, la tala ilegal, la apropiación desordenada e ilegal de aguas y el crecimiento anárquico de las urbes, que son nuestra vergonzosa contribución al cambio climático. Ser la entidad con mayor sequía de la república, según el monitor de Conagua, debería ponernos en el camino de la reconsideración. Huetamo es apenas un anticipo doloroso de los muchos capítulos que nos tiene reservados el cambio climático.

Las narrativas de realidades alternas construidas desde el poder para eludir la responsabilidad de la clase gobernante se derretirán con el calor o serán arrasadas por lluvias torrenciales más temprano que tarde, mejor harían en comenzar por reconocer la realidad, diseñar nuevas políticas e invertir lo suficiente para contribuir a la estrategia global de mitigación del cambio climático y para resolver las urgencias locales emergentes derivadas de esta nueva realidad ambiental que azota a México, a sus entidades y a sus municipios.