Por Hugo Rangel Vargas

Para el mundial de fútbol en los Estados Unidos en 1994. El selectivo mexicano había hecho una primera fase mundialista de ensueño. Pese a haber perdido frente a Noruega, el triunfo contra Irlanda y el empate contra Italia, había calificado al “Tri” en el primer lugar del grupo de la muerte y enfrentaría en los octavos de final al poderoso seleccionado búlgaro, comandado por el histórico extremo izquierdo, Hristo Stoichkov.

El empate a un gol en tiempo reglamentario ponía en tensión a ambas escuadras y las enfiló a los tiempos extra. La polémica llegó. Mientras Dimitar Penev, estratega de los europeos, había hecho dos cambios en el tiempo extra, Miguel Mejía Barón se los había guardado. La especulación creció con la conocida charla entre el entrenador mexicano y el pentapichichi Hugo Sánchez, así como con la ulterior declaración de Stoichkov en la que agradecía que Mejía Barón hubiera mantenido en la banca al goleador mexicano en aquel momento crítico.

Esa historia de decepciones, de esperanzas trasgredidas, de frustraciones y de cambios que no llegan; parece ser el script que detalla el transcurrir de los últimos años de la vida pública de Michoacán. Silvano Aureoles Conejo llegó al frente de los destinos de la entidad con una carga a cuestas: recomponer la estabilidad política después de un período accidentado de cambios al frente de la titularidad del ejecutivo y de diferentes espacios de la administración estatal.
Lo que pesaba sobre los hombros de Aureoles Conejo era la exigencia mínima de dar solidez al aparato público estatal, de abandonar las cascadas de cambios y de ocurrencias, de dar un golpe en la mesa para atajar la improvisación, de poner altura de miras en las políticas públicas y dejar de ver en la siguiente elección para preparar a la entidad para la siguiente generación. No ha sido así.

Casi nueve decenas de cambios de funcionarios han ocurrido apenas hasta la mitad del peíiodo constitucional para el que fue electo el mandatario michoacano. Los relevos han puesto a tres titulares al frente de la Secretaria de Gobierno, a tres en Seguridad Pública, a cuatro en Desarrollo Social y Humano, a tres en la Desarrollo Rural y Agroalimentario, a dos en Educación, a dos en Turismo; en fin, la lista se convierte en interminable si se aterriza al gabinete ampliado y a niveles más desagregados del organigrama. En este sentido es que el nivel de improvisación de los enroques del gobierno silvanista hace que algunos de los funcionarios movidos de una dependencia a otra luzcan como “todólogos”.

Por ello es que después de una primera fase de la carrera de Aureoles que bien podría haber sido calificada de espectacular, su juego en los octavos de final al frente del gobierno de Michoacán, es decepcionante a la luz de los resultados: no se asoma una apuesta estratégica en términos de programas, obras u acciones de gobierno; las políticas públicas que habían sido anunciadas como estelares al inicio de la administración (“Becafuturo”, “A toda máquina”, entre otros) han desaparecido; Michoacán sigue encabezando la lista de estados con mayores índices de criminalidad y con semáforos rojos en los indicadores de pobreza y marginación.
El estado pues, sigue viendo una danza de funcionarios y una cascada de fracasos, mientras el gran cambio; ese que podría asemejarse al que se guardó Mejía Barón en el mundial del 94, aun no llega.
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