Por Hugo Rangel Vargas
Políticamente resultaría incorrecto citar al ministro de propaganda de la dictadura nazi, Joseph Goebbels, cuando señalaba que la propaganda debía de constreñirse a la promoción de una cantidad limitadísima de ideas que debiesen ser repetidas hasta el cansancio, ejemplificadas de diferente forma, pero siempre convergiendo en el mismo concepto. Es inmoral invocarlo, pero ha sido rentable utilizar sus conceptos… al menos para la oposición recalcitrante con la que lidia el actual gobierno de la república.
De manera irreflexiva y desde muchas aristas, la propaganda elaborada desde la derecha converge en torno a un principio básico, una idea sustantiva y simple que ha sido señalada desde el 2 de julio de 2018: el gobierno de López Obrador es un desastre. Esa consigna ha sido repetida desde muchos foros, la han expelido todos los tonos de voz imaginados, se ha vestido con argumentos académicos o con ramplones memes y la han presentado apelando a la racionalidad, pero también a los sentimientos.
El concepto fascista de la publicidad convergente ha tenido a voceros como el “ultra demócrata” Carlos Salinas de Gortari, quien señaló, casi un mes antes de la toma de protesta de AMLO y desde el extranjero, que la república estaba en riesgo, advirtiendo incluso la posibilidad de “desaparecer”. A la lista de quienes prevén el apocalipsis en el actual gobierno mexicano se suman los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes tiro por viaje descubren los demonios que laceran al país y que ellos no pudieron exorcizar.
Ahí esta la economía. A cada reducción de expectativas de crecimiento que han hecho los organismos internacionales y el propio Banco de México se recurre a decir que esto ha sido un efecto de “la incertidumbre que ha generado en los mercados la falta de pericia económica del actual gobierno”, o bien, a intentar revivir el aeropuerto de Texcoco que fue sepultado por la aplanadora electoral del 1 de julio.
También está el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Aquí, los comedidos opositores a la Cuarta Transformación tuvieron el tiempo y la exquisitez de revisar los currículos de cada uno de los funcionarios designados, sus credenciales, e incluso sus redes sociales y las fotos que publicaban.
Ni que decir de las finanzas de PEMEX y de la estrategia de combate al robo de combustible. La lupa estuvo pulida para escudriñar las cuentas de la empresa del estado, para hacer conjeturas sobre la reunión privada que sostuvieron los ejecutivos de la misma con inversionistas en Nueva York en enero pasado y para avizorar tragedias después de que dos calificadoras redujeron la calificación de la deuda de la compañía.
Tampoco se ha escapado del universo de consignas el sector salud. Ahí el desastre es un demonio que fácilmente se vende en las redes sociales y en los reportajes inundados de sentimiento. Los “recortes con machete al presupuesto”, la carencia de medicamentos como antirretrovirales o tratamientos para niños con cáncer, sólo pueden ser obra de un “desalmado” o de un “incompetente”
A la lista de “calamidades” que se acumulan en el “desastre” de la Cuarta Transformación se suman las estancias infantiles, los “ataques a las organizaciones de la sociedad civil”, entre otras más.
Ni pensar que ahí se encuentren los halagos del Lagarde a las políticas de inclusión financiera, la disciplina fiscal del actual gobierno o el entorno económico global complicado. Tampoco se asoman los escandalosos desvíos de recursos o actos de corrupción del pasado que dejaron en la inanición moral y económica al CONACyT, PEMEX y el sector salud. No, todos ellos dejarían sin sentido el argumento del “desastre”, ese que apenas acaba de llegar de la mano de López Obrador.