Por Hugo Rangel Vargas
Al parecer Andrés Manuel López Obrador tendrá un sexenio bajo el asedio permanente de una clase empresarial encumbrada y acostumbrada al capitalismo de “cuates” mismo que durante más de tres décadas sirvió de arropo a fortunas que se construyeron bajo el amparo del poder público. El dicho del presidente electo de que había llegado el momento de la separación del poder político del poder económico, tiene ese antecedente que sirve para llenar una lista pequeña nominalmente, pero sobrada en el caudal de la riqueza que han acumulado quienes en ella podrían anotarse.
El hecho de que durante su campaña, López Obrador haya propuesto la cancelación del aeropuerto de Texcoco de manera inicial y que después haya deslizado la posibilidad de revisar su pretensión a la luz de los resultados de una consulta, debiera ser la razón para que nadie se llamara a sorpresa después de los acontecimientos de la última semana, pero no ha sido así. La cúpula empresarial se ha dicho traicionada y ha emprendido una guerra argumentativa que invoca a toda clase de demonios y flagelos, como si la marcha atrás del llamado NAIM fuese el primero y único proyecto que se hubiese cancelado en la historia del país.
El nerviosismo cundió y sigue presente en la retórica de los grandes empresarios, que ven en la lógica con la que el gobierno entrante tomó la decisión mencionada, un “mal precedente”. El tabasqueño sin embargo, ya avanzó. Sabe que la única forma de que el pais transite a un nuevo momento histórico en el que las prioridades sean definidas por el pueblo en ejercicio de su soberania, es convocando recurrentemente a la sociedad a movilizarse. Así ha sido en otros momentos en los que el país ha demandado de decisiones trascendentes: el gobernante no ha actuado sólo.
Por ello es que no puede haber marcha atrás en la decisión con relación al aeropuerto, ya que de hacerlo, el futuro presidente habrá cedido un ápice de terreno que es estratégico en los años que están por venir. La cúpula con la que se enfrentó, no ha confiado ni confiará en él, así que pretender una alianza con ellos parecería a lo menos iluso. Las cartas están echadas y tanto empresarios como gobierno han mostrado, en este round de sombra, las herramientas con las que jugarán.
Por lo pronto López Obrador ha llevado su triunfo más allá del 1 de julio. Su victoria ha logrado restituir la vocación democrática del estado mexicano, con una acción de poder tomada aún sin ser presidente. El logro de la cancelación del NAIM aún no muestra todos sus efectos: quizá termine fundiendo en la corrupción a la clase política actualmente dominante una vez que se transparenten los mecanismos de asignación de obra y lleve a la extinción a los empresarios coludidos con ella.
La cuarta transformación que llegó a la presidencia a través de las elecciones, ha construido un triunfo contundente para su presidente después de la consulta del fin de semana pasado. López Obrador ganó las elecciones, pero su enorme conquista está aún en construcción: la devolución del poder político al pueblo.
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