Hugo Rangel Vargas

“Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”, con esa frase lapidaria, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa ha reiterado en diversos foros y en redes sociales lo que es una realidad en América Latina: los medios de comunicación actúan como un jugador más en el terreno de la lucha por el poder político y sus consecuencias económicas; y en su lógica de rentabilidad, utilizan a la llamada libertad de prensa, como un escudo de impunidad ante verdaderas tropelías.

La secuencia de escándalos recientes a los que han estado expuestos diversos periodistas y medios de comunicación en el país han develado la penosa mezcla de imposturas, trivialidades y maniqueísmos que son presentados como verdades, tanto en medios escritos como electrónicos, a fin de distraer la atención de la ciudadanía o de generar una corriente de opinión a favor o en contra de tal o cual personaje, partido político, institución o tema.

La detención de Luis Cárdenas Palomino volvió a colocar los reflectores en el caso de la detención de Israel Vallarta y el ya conocido montaje mediático del que fue objeto, mismo que fue operado por la empresa Televisa –“soldado del PRI y del presidente”, Azcárraga dixit- y por el periodista Carlos Loret de Mola.

Pero la penosa actuación de los voceros del extablishment neoliberal no se queda ahí. El rosario de atentados contra la veracidad, pasa por el montaje de la inexistente niña Frida Sofia, la supuesta muerte del empresario José Kuri dada a conocer de manera falsa por el “teacher” Joaquín López Dóriga y la manipulación permanente de la información relativa al Covid-19 que han hecho algunos medios de comunicación y que han colocado a México como el segundo país con mayor cantidad de fake news difundidas durante la pandemia.

En todos estos casos y en otros, las noticias han adquirido vida propia, se han disociado de su génesis y deambulan como monstruos de la desinformación generando pánico, linchamiento y escándalo; mientras los responsables de estos engendros, ‘periodistas impolutos y paladines de las libertades democráticas’ continúan acribillando impunemente, a pluma y tinta, a la verdad.

La calidad de una democracia, sin duda alguna, depende de la calidad de la información a la que tienen acceso los ciudadanos. Sin embargo, al igual que ha ocurrido con otros bienes que son de interés público, la información se ha convertido en un bien privado en la era neoliberal; con las consecuencias nefastas que esto tiene para una inmensa mayoría de ciudadanos que consumen a diario noticias editorializadas hasta la náusea, mismas que son presentadas por opinadores expertos en todas las áreas, los cuales usan la investidura de periodistas.

La llamada libertad de prensa ha adquirido, para quienes esconden sus imposturas detrás de la misma, un carácter fetichista. Su estudio ya es objeto de la metafísica y quienes se amparan en ella, no pueden ser rebatidos, ni cuestionados. La lapis exilis de la libertad de prensa se ha encumbrado pues, por encima de la democracia misma, aún y cuando sus excesos le amenazan.