Por Christián Gutiérrez
“Paradoja de la desconfianza”.
Ha llegado la presidenta de México Claudia Sheinbaum y a pesar de que se percibe una continuidad -por lo menos en la forma de comunicar-, hay que darnos más tiempo para conocer lo que implicarán sus programas y acciones en concreto y entender los “cómo” se harán las cosas.
La presidenta inició con buenas expectativas y fuerza, sin embargo, bien valdría la pena que una parte de las y los ciudadanos mantengan niveles de desconfianza hacia su administración pública.
¿Por qué lo digo así? Porque está comprobado que, a mayores niveles de confianza en una administración pública, las y los ciudadanos se implican menos con la misma. Si la ciudadanía cree que los servidores públicos y las estructuras gubernamentales hacen las cosas con seguridad e integridad, le prestarán menos atención al gobierno y eso puede no ser positivo.
Canel y Luoma definieron la confianza en la administración pública como “la voluntad, por parte de los públicos de la administración pública, de otorgar a ésta un margen de discrecionalidad en el uso de los recursos públicos para el ejercicio de su función (la gestión de los asuntos para el bien común), y del que deriva cierta aceptación o, al menos, un menor deseo de controlarla”.
De esto podríamos desprender la necesidad y la conveniencia de los frenos y los contrapesos en el ejercicio de todo el poder público y no solo en el ejercicio de la administración pública en el poder Ejecutivo. Piense usted en los demás poderes y en todos los entes públicos del sistema político mexicano; todos necesitan ojos que los observen y los frenen.
Un cierto grado de desconfianza -que es un constructo psicológico-, le viene bien a la administración pública. Por ello tener un Congreso de la Unión en donde no hay equilibrios parlamentarios, puede ser tan peligroso como tener una sociedad sombie. Es decir, si no hay debate a favor y en contra de reformas pretendidas, que venga a incentivar que la gente piense, converse y exija, entonces esa sociedad estará adormecida y con seguridad dejará pasar todo.
Si un alcalde o alcaldesa no tiene cierta desconfianza de parte de la población, es posible que no haya exigencias que incentiven a la rendición de cuentas y a la mejora en las políticas públicas municipales.
Si en el poder Judicial no hay voces disidentes que despierten juicios críticos de opositores y de la sociedad, entonces este poder público también está destinado a quedarse adormecido con todo lo que ello implica para la democracia institucional.
Por supuesto que la confianza también tiene un lado positivo.
Buenos niveles de confianza, significa que la administración pública lo está haciendo “bien”, por lo menos en aquellos criterios que se evalúan y se comunican públicamente, logrando que cierta gente los conozca y perciba como adecuados.
¿Cuánto grado de desconfianza es bueno? Yo diría que se requiere -al igual que la confianza- en grados necesarios para mantener a una oposición al régimen despierta y a una sociedad expectante de la rendición de cuentas y de buenos resultados.
Claudia Sheinbaum podría acercarse mucho a niveles elevados de confianza ya que no tiene oposición por el momento y la confianza que le heredó López Obrador es fuerte.
¿Esto conviene? A ella sí, sin duda, a la democracia no lo creo. Siempre será mejor, tener una sociedad despierta y exigente, que una adormecida y conformista.
El autor es consultor y capacitador, tiene estudios de doctorado en Política, de maestría en Comunicación, de maestría en Neuromarketing, de maestría en Ciencia Política y de licenciatura en Derecho.