LA COSTUMBRE DEL PODER: Retrato de familia en la ONU
Gregorio Ortega Molina
* Es momento de preguntarnos cuál concepto de corrupción manejará el presidente mexicano. ¿Se limitará a incursionar en el dinero que cambia de manos y mueve voluntades y modifica decisiones y descompone la vida interna de los países, o llegará con la estatura política suficiente para exponer esa torcida corrupción que atañe a la moral y pervierte a las instituciones, los gobiernos, porque trastoca de manera perversa la manera de ser de los afectados, sociedades, naciones enteras que transforman su esencia para apenas sobrevivir?
La anunciada visita de Andrés Manuel a Nueva York y a la ONU motivó dos recuerdos disparejos, pero que permiten hacernos una idea de cuerpo entero del presidente de la República.
El primero data de 1976, el día en que Luis Echeverría Álvarez entrega el poder a José López Portillo. El hecho ocurrió unos minutos antes de iniciado el ritual político de transferencia del símbolo: la banda presidencial.
Rodolfo Alcázar me toma del brazo y feliz me advierte: “Gregorio, México nos quedó chico. Vamos por el Nóbel de la Paz, por la secretaría general de la ONU”. El embajador Eduardo Jiménez había logrado embaucar a Echeverría con ese cuento. Un antecedente para dar validez a la historia. Mi interlocutor durmió a los pies de la cama del presidente mexicano mientras estuvo a su servicio, el suficiente número de años para convertirse en depositario, voluntario e involuntario, de demasiados secretos.
Años después cayó en mis manos el libro de Carlos Franqui, Retrato de familia con Fidel, donde nos obsequia con la visita del señor Castro Ruz a la ONU y a Nueva York. Es imperdible. Evito recuperar algunos trazos, para no influir en la actitud de estos nuevos argonautas mexicanos.
Cuenta la historia: “El 26 de septiembre de 1960, el líder cubano llegó a la Asamblea General y ocupó durante casi cinco horas la atención del foro”. Lo contado por Franqui nos da idea de ese debut en el ámbito internacional, y de los deslumbramientos de Fidel en esa ciudad, en la que exigió, según recuerdo, visitar el zoológico.
Es momento de preguntarnos cuál concepto de corrupción manejará el presidente mexicano. ¿Se limitará a incursionar en el dinero que cambia de manos y mueve voluntades y modifica decisiones y descompone la vida interna de los países, o llegará con la estatura política suficiente para exponer esa torcida corrupción que atañe a la moral y pervierte a las instituciones, los gobiernos, porque trastoca de manera perversa la manera de ser de los afectados, sociedades, naciones enteras que cambian su esencia para apenas sobrevivir? En África, Asia, América Latina hay naciones que torcieron sus destinos por voluntad propia o por inducción.
¿Incursionará en el terreno de la venta de armas, del narcotráfico, de los migrantes, de la trata, de la mano extendida de las autoridades migratorias y aduanales, más como un fenómeno de actitud cultural que como un mecanismo de extorsión para hacerse con dinero mal habido?
¿Se animará a referirse al emblemático caso mexicano, más allá de lo heredado desde las administraciones anteriores, y centrarse en lo que él no puede ni podrá corregir?
¿Y la corrupción de las iglesias, de las sectas? ¿Y la de los barones del dinero, anidado en las corredurías bursátiles, en los laboratorios químico-farmacéuticos? ¿Y la ideológica?
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