Por Hugo Rangel Vargas
Los exquisitos periodistas y comentócratas de las secciones de economía y finanzas (muchos de los cuales evidencian de forma recurrente su falta de formación académica apta para los temas sobre los cuales emiten opiniones) en su mayoría se han llamado al asombro, indignación y en algunos casos han señalado la “ignorancia” del aún no presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuando en días pasados dijo que recibirá un país en la bancarrota, dixit.
Algunos de ellos han leído una excusa en el entre líneas de este calificativo, con la cual el aún no presidente, pretende justificar de manera adelantada la falta de cumplimiento de sus ofrecimientos proselitistas, y alaban la supuesta mesura con la que ahora actúa López Obrador, erigiéndose ellos como profetas que ven cumplido su vaticinio sobre la incapacidad del tabasqueño de conducir a buen puerto la oferta política que le llevó a ganar la elección del pasado 1 de julio.
Las explicaciones técnicas abundaron después de la declaración en comento, las posturas corrieron por montón para intentar confrontar este dicho; pero lo cierto es que el propio futuro mandatario dijo dos cosas: que al señalar bancarrota se refería a la crisis económica y social tan grave que atraviesa el país y a que su administración no podría atender las demandas generadas de esta situación, pero que sin embargo cumpliría con sus ofertas de campaña.
López Obrador sabe que el modelo neoliberal ha sumergido a la economía nacional a un desempeño incapaz de satisfacer a la creciente población del país. De 1980 al año 2017, el PIB per cápita ha tenido una tasa de crecimiento cada vez menor. Esta cifra, aunque ha sido positiva en la mayoría de los años, se da en un entorno de profunda concentración de la riqueza, por lo que un simple promedio no es un indicador fiable que pueda retratar las penurias por las que atraviesa un creciente número de personas que viven en pobreza en el país.
El todavía no presidente es un hombre que conoce el dolor que ha dejado a millones de familias, las desapariciones de hijos, padres, madres; mismas que según cifras del Registro Nacional de Personas Extraviadas llegaron hasta octubre de 2017 a sumar casi 34 mil, dato que apenas es superado por Siria y que rebasa a las cuentas de países como Pakistán, Egipto o Irak; ello según los informes del Departamento de Estado del vecino país del norte.
Espanta a cierto sector de la clase política del país y a sus apéndices en los medios de comunicación; el uso de palabras que pudieran describir con crudeza la situación de crisis en la que López Obrador recibirá la administración de la nación. Las cuentas cuadran y técnicamente el país no esta en bancarrota, las calificadoras de riesgo dicen que la deuda es manejable por lo que el uso de esta palabra podría ser técnicamente incorrecto.
Sin embargo, se olvida que el tabasqueño le habla al pueblo; que su lenguaje ha tenido éxito en comunicar ideas y en posicionarlas; que la mayoría de los mexicanos votó en contra de quienes utilizaban con soltura y fluidez tecnicismos, pero que entregaban resultados nefastos para la enorme mayoría de la población.
México no está en bancarrota, es cierto quizá. Las obligaciones financieras del estado mexicano son hasta cierto punto manejables, aunque elevadas, y las posibilidades de acceso a recursos no están cerradas. Sin embargo, la crisis, la miseria, la falta de oportunidades, la corrupción y la lacerante inseguridad; tienen al país en vilo: en una bancarrota social.
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