¿Queremos vivir al ritmo del tiempo real?
LA COSTUMBRE DEL PODER: Con la muerte en la cama
Por Gregorio Ortega Molina
*Los de mi edad vivimos bien y a tiempo sin la necesidad de la inmediatez, sin la urgencia de enterarnos de lo que nos beneficia o perjudica. Los especuladores en bolsa tuvieron sus propios medios para estar al tanto de ganancias y pérdidas. Hoy nos acostumbramos a llevar a la cama a la muerte, porque en cualquier momento nos despierta el anuncio de la tragedia
De los 120 millones de mexicanos, ¿cuántos se meten debajo de las cobijas con la certidumbre de que no los despertará una llamada telefónica nocturna o de madrugada, para anunciarles la tragedia de la que nadie está exento?
Suponer que los vástagos de los empoderados en política, de los barones del dinero, de los famosos y de los narcotraficantes, tienen garantizado el “detente” que los proporcionan los servicios de seguridad es una ingenuidad, porque están conscientes de que no se requiere de balazos para impedir su regreso al hogar, saben que basta con un pasón, con un desafío estúpido, pero que les confiere cierta sensación de inmunidad, o esos juegos en Periférico o amplias avenidas semi desiertas, en los que la velocidad y la pericia determinan quien se hace con el triunfo.
El caso de las mujeres es más complicado, pues los jóvenes o señores o padres de familia ajena, aunque no tan lejana, las codician, y también son buscadas por otras mujeres. Terminan por aparecer drogadas y en los baños de bares de postín, mientras los acompañantes se hacen los desentendidos.
La especificidad sexual dejó de ser determinante, lo que atrae a los jóvenes es experimentar nuevas sensaciones, y son impulsados a ello por el estímulo de estupefacientes, por la disminución drástica en la alteridad, y porque en sus hogares cada cual va a lo suyo. ¿Hace cuánto dejó de existir la armonía familiar? ¿Comen en familia? ¿Conversan?
Acudo a restaurantes de todo tipo. Lo que en ellos observo me deja de a seis, pues en las mesas el que no tiene una Tablet en las manos, tiene un celular. Cuando llegan los alimentos los consumen en silencio.
En mis años de vida familiar y servicio profesional, reunirse a desayunar, comer, cenar, o a echar la copa, era el pretexto para juntarse a conversar, al chisme, a la infidencia, al cotorreo político, a hacer pedazos al político en turno. Hoy prefieren enfrentarse a sus pantallas y al tiempo real.
Los de mi edad vivimos bien y a tiempo sin la necesidad de la inmediatez, sin la urgencia de enterarnos de lo que nos beneficia o perjudica. Los especuladores en bolsa tuvieron sus propios medios para estar al tanto de ganancias y pérdidas. Hoy nos acostumbramos a llevar a la cama a la muerte, porque en cualquier momento nos despierta el anuncio de la tragedia.
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Sobre la marcha, los que no recibieron ningún estipendio u otro estímulo por hacerlo el domingo 13, muy bien pueden hacer valer su derecho al silencio, a la ausencia de las calles el próximo domingo, a evitar el gasto y encerrarse en casa para dejarle las ciudades vacías. Quizá es lo que necesita para darse cuenta de que ya no las trae todas consigo.