Por Gregorio Ortega
Hemos de reconocer, los mexicanos, que la Revolución fracasó, y la hundimos todos como corresponsables, junto con sus documentos fundamentales e instituciones que parecieron pilares inmarcesibles. ¿Quién respeta la Constitución? ¿El presidente de la República, o el de la SCJN, los jueces, los titulares de los poderes legislativos?
Quien es capaz de espetar a los ministros de la SCJN que “no le vengan conque la ley, es la ley”, está seducido por su propia autoridad y es capaz de cualquier cosa, como lo fue Antonio López de Santa Anna, primer patricida; al actual presidente de la República sólo le correspondió ser el segundo en hacerse con ese dudoso honor.
¿Qué debe responder la sociedad civil a ese vituperio cotidiano, que además de disminuir al Poder Judicial Federal, convoca a todos los mexicanos a no tomar en cuenta la fuerza legalmente coercitiva de la ley? Imposible doblar la cerviz y dejarnos conducir como bueyes de yunta. El presente y el futuro son nuestros, y no debemos facilitarles el despojo, sí, el repetitivo despojo a que nos someten desde 1821.
Debemos tomar el desafío propuesto por Jesús Reyes Heroles a Luis Echeverría: primero el plan, luego el hombre. No debemos dar pasos atrás; sin embargo, hasta este momento no escucho o leo o me azoro con propuestas congruentes, que ensanchen el camino y modifiquen, de una buena vez, el modelo político. ¿Parlamentarismo, presidencialismo parlamentario? El modelo francés abre la puerta a la razón, el diálogo y los equilibrios.
En las palabras introductorias a Hombres en tiempos de oscuridad, Hannah Arendt muestra luz para seguir el camino: “Los errores más terribles han reemplazado las verdades más conocidas, y el error de estas doctrinas no constituye ninguna prueba, ningún nuevo pilar para las viejas verdades. En el reino de la política, la restauración nunca es un sustituto para un nuevo fundamento, pero, en el mejor de los casos, será una medida de emergencia que se tornará inevitable cuando el acto del fundamento, llamado revolución, haya fracasado”.
Si lo anterior tiene algo de verdad, hemos de reconocer, los mexicanos, que la Revolución fracasó, y la hundimos todos como corresponsables, junto con sus documentos fundamentales e instituciones que parecieron pilares inmarcesibles. ¿Quién respeta la Constitución? ¿El presidente de la República, o el de la SCJN, los jueces, los titulares de los poderes legislativos?
¿Hemos pensado en sustituir el proyecto de nación, y abrirnos a otras posibilidades que nada tengan que ver con un pasado heroico, sí, pero traicionado desde el momento en que conculcaron el principio de la no reelección con una reforma constitucional?
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