Por Gregorio Ortega Molina

*El PRI está ante su última oportunidad. ¿Tendrá, Alejandro Moreno, la estatura para contribuir a la recuperación de la patria? ¿Podrá, como en la tragedia griega, asesinar al padre, y proponer e impulsar la reforma del Estado, para que el presidencialismo imperial ceda su lugar a otro modelo político de gobierno? ¿Se plegará, como en las peores épocas del Maximato partidista, a las peticiones del presidente de la República? ¿Pensará en él, o como Ramón López Velarde, pondrá en primer término a la Suave Patria?

 

La historia del PRI tiene semejanzas con la mitología y la tragedia griegas. En primer lugar, le ocurrió lo mismo que a Atenea, nació de la cabeza de Zeus, no siguió los caminos de los institutos políticos organizados y creados para conquistar el poder. El Jefe Máximo concibió el instrumento perfecto para conservarlo, mientras duró.

La dirigencia del PRI siempre fue dual hasta que Vicente Fox asumió el cargo ganado en las elecciones. En el edificio de Insurgentes Norte despachaba el presidente del Comité Ejecutivo Nacional y, como un ministro del interior, acordaba con el titular del Ejecutivo para que el partido funcionase como instrumento de control político, cohesión social y orden. Si el Maximato se diluyó en la institución presidencial hasta desaparecer, no ocurrió lo mismo con el partido de Estado.

La subordinación de los presidentes del CEN llegó a la obsecuencia, el mimetismo y la humillación, en algunos, en otros a la entrega total y ciega del poder del partido.

La historia del PRI no ha sido escrita. La que circula en libros es una narración documental, carente de la participación de los seres humanos. Necesita investigarse y escribirse.

Por lo pronto, es necesario dejar anotado que, con la creación de la Corriente Democrática, primero, con la separación después, y el nacimiento del Frente Democrático Nacional, seguido por el PRD, los líderes de ese partido y el presidente de la República debieron darse cuenta de que las funciones del poder en México ya estaban atrofiadas, y para que el país retomara el rumbo y el proyecto de nación, debería concebirse e instrumentarse la reforma del Estado.

Creyeron que empequeñecer los activos del Estado y la alternancia era la solución perfecta, ahora constatamos que no, pues nada más convirtieron a México en un país chiquito para los retos de la globalización y del libre mercado, con limitada capacidad de negociación, y alargaron el proceso agónico del presidencialismo imperial, limitado a ser una mala copia de lo que fue en su momento de esplendor.

Sin embargo, el PRI está ante su última oportunidad. ¿Tendrá, Alejandro Moreno, la estatura para contribuir a la recuperación de la patria? ¿Podrá, como en la tragedia griega, asesinar al padre, y proponer e impulsar la reforma del Estado, para que el presidencialismo imperial ceda su lugar a otro modelo político de gobierno? ¿Se plegará, como en las peores épocas del Maximato partidista, a las peticiones del presidente de la República? ¿Pensará en él, o como Ramón López Velarde, pondrá en primer término a la Suave Patria?

El mundo cambió, México no puede regresar al siglo XX ni al caduco Maximato, y no me vengan con el cuento de que los gringos no intervendrán, ya lo hacen, y si no es por una cosa será por otra, pero su intención es jodernos, como siempre lo han hecho.

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