Por Gregorio Ortega Molina

*La traición no se da entre pares o entre enemigos políticos, sino que se siembra y cultiva desde el poder para mantener sujeto al México bueno y sabio, a ese gran número de mexicanos cuyo voto es esencial, por ello mismo se le alimenta con palabras y ofertas de lo que nunca verán llegar

Tal y como narran ahora la participación de los tlaxcaltecas en la destrucción de Tenochtitlán, posterior Conquista desde la Alta California hasta Guatemala, para dar a la corona de Castilla la Nueva España, con todo lo que hubo en ella, es para dejarnos con el cuero chinito.

Si hilamos entre una y otra las traiciones que fueron dando carácter y leyes a la patria, y lo que ocurre en México desde el momento en que Victoriano Huerta, enfermo de poder y alcohol, abandona todo pudor para llevarse por delante un millón de muertos, nos percatamos de qué está hecho o cómo está conformado el comportamiento de los políticos que aquí mangonean, apuntalados por sus intelectuales y empresarios orgánicos, tan necesarios para justificarlos ideológicamente y financiarlos, para todavía enriquecerse más.

Pero, ¿es nada más una manera de ser de los hombres de poder, o el carácter de los mexicanos está determinado por las pulsiones anímicas y racionales de la traición? ¿Se practica nada más en y durante las pugnas por acumular dinero y fuerza política, o también en todos los ámbitos de la vida?

Algunas tv-novelas vi. En Cuna de lobos, Nada personal, Mirada de mujer y La dueña, sin dejar de lado Gutiérritos, la trama y el desenlace están determinados por la traición. A fin de cuentas, lo que en esa narrativa sucede es parte del comportamiento humano.

En el tema de las relaciones humanas la traición suele estar presente, quizá con demasiada frecuencia. Imposible encasillarla en las relaciones amorosas, porque en el marco de la familia privan afectos distintos y compromisos diversos. Lo paternal y maternal, lo filial, lo fraternal… en la esfera amplia participan tíos, primos, parentela política… y no pocas veces la codicia por el amor ajeno o cultural y éticamente prohibido.

Recuerdo con absoluta claridad la película Soplo al corazón, en la que Louis Malle nos cuenta, con nítidas imágenes que no dejan nada a la imaginación, la manera en que nace y se sucede el incesto entre madre e hijo, y las supuestas razones clínicas que nos llevan a cuestionar la permisividad de que eso pueda suceder porque antes de morir hemos de experimentarlo todo.

Sin embargo, lo que hoy sucede en el ámbito político debe conducirnos al cuestionamiento de nuestro andamiaje cultural, porque aquí y desde hace mucho hemos trascendido el ¿Tú también Brutus?, puesto que la traición no se da entre pares o entre enemigos políticos, sino que se siembra y cultiva desde el poder para mantener sujeto al México bueno y sabio, a ese gran número de mexicanos cuyo voto es esencial, y por ello mismo se le alimenta con palabras y ofertas de lo que nunca verán llegar. Los programas sociales son nada más una probadita de lo que pudieran tener, y no tendrán.

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