Por Gregorio Ortega Molina

*Como en los sueños del faraón interpretados por José. Deben, los gobiernos, prepararse para los siete años de vacas flacas, en los que los comercios ilegales de todo tipo, prevalecerán sobre un supuesto orden económico

¿Tienen, los bancos centrales, el control sobre el desorden económico provocado por la invasión rusa a Ucrania, y sus todavía no previsibles consecuencias? ¿Y cómo contribuirán a resolver la hambruna, el tráfico ilegal de petróleo y gas y la desaparición del Estado ante los poderes fácticos que controlan la guerra?

Basta de hipocresías. Los grupos de poder determinan, en pequeña o gran medida, el destino de las naciones y el de las sociedades que en ellas habitan. Hoy, los fabricantes de armas, los comerciantes de gas y petróleo en negro, la compra-venta de esclavos y -en todo el mundo- el lavado de dinero de los barones de la droga, actividad en la que, aparentemente, los narcotraficantes mexicanos descuellan.

El restablecimiento de un “nuevo” orden mundial geopolítico, económico y cultural, no es para mañana, ni en meses, quizá en años se dará un reacomodo en el peso real de las economías, producto de una renegociación con esos poderes fácticos mencionados.

Para ello necesitarán, otra vez, operadores políticos y financieros con estatura de estadistas, capaces de guardar en el cajón de los trebejos la moral y el patriotismo, porque lo que ponen en la mesa de las apuestas es, nada menos, que la paz mundial; al resolver el dilema, a los poderosos poco les importa que el camino quede tapizado de cadáveres, siempre y cuando en la meta los cofres permanezcan llenos de ese poder económico que los mantiene en la cúspide.

¿Tenemos idea de los miles de millones de dólares que Occidente entrega a Ucrania en armamento o en especie, condicionada a la compra de armas? Debemos aprender que la guerra, ante todo, es un negocio, tanto para Rusia como para Estados Unidos y los países de la OTAN. Nunca como ahora los cadáveres carecen de importancia, como tampoco cuentan los problemas a los que se enfrentan los desplazados. No es el Éxodo bíblico, ni las murallas de Jericó, se trata de esa guerra de usura efectuada por las 12 tribus para hacerse con la tierra prometida. Todavía están en eso.

Como en los sueños del faraón interpretados por José. Deben, los gobiernos, prepararse para los siete años de vacas flacas, en los que los comercios ilegales de todo tipo, prevalecerán sobre un supuesto orden económico.