Por Gregorio Ortega
La caladita dada por el boquiflojo del presidente mexicano a la autonomía del Banco de México, como para subrayar quién es el que manda y espera mandar durante un tiempo más. Pudo ofrecer disculpas, lo hizo sin sentir y nada más para comprarse tiempo. Su proyecto está vivo, vigente, y quizá anide en él esa loca idea de que su rostro sea acuñado en las monedas e impreso en los billetes, pues en eso consiste la transformación: él lo es todo
El que depositen en tiempo y forma dinero en las tarjetas de débito de los programas sociales, dista mucho de ser el motor que reactivará la economía, porque una cosa es disponer de esas cantidades, y otra adquirir bienestar con su poder adquisitivo, y tener el discernimiento suficiente para transformarlo en dignidad.
Reactivar el mercado, mover la economía, únicamente puede hacerse creando riqueza, y ésta sólo se produce a través del empleo. El dinero usado para dar esa falsa sensación de que ahí la llevamos, es de origen fiscal, y se sobreentiende que también debe producir riqueza.
A duras penas, pero las mascotas del tío Andrés Manuel, y otros integrantes del México bueno y sabio, perciben con dolor lo que Simone Weil dejó asentado en Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social: “La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se desvanece, en la que se debe cuestionar todo lo nuevo, so pena de hundirse en el desconcierto o en la inconsciencia…
“Que el triunfo de movimientos autoritarios y nacionalistas arruine por todas partes la esperanza que las buenas personas habían puesto en la democracia y en el pacifismo es sólo un aspecto del mal que sufrimos; éste es mucho más profundo y está más extendido”.
Así sucede porque los gobiernos actuales nos dan gato por liebre, ofrecen una cartilla moral como paso inicial para desterrar la corrupción y abolir la impunidad, y sucede exactamente lo contrario, no ha habido gobierno más corrupto, si consideramos que pudrirse en la conducta, los sentimientos y los valores no es un hecho estrictamente pecuniario, sino que tiene que ver con la cultura y la civilización que elegimos para vivir.
Pudimos medirlo en la caladita dada por el boquiflojo del presidente mexicano a la autonomía del Banco de México, como para subrayar quién es el que manda y espera mandar durante un tiempo más. Pudo ofrecer disculpas, lo hizo sin sentir y nada más para comprarse tiempo. Su proyecto está vivo, vigente, y quizá anide en él esa loca idea de que su rostro sea acuñado en las monedas e impreso en los billetes, pues en eso consiste la transformación: él lo es todo.
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