Por Daniel Ambriz Mendoza

Hace 3 años escribí esta columna, la vuelvo a compartir con la misma pasión normalista.
Lo digo fuerte y lo digo claro, sin preámbulo ni justificación alguna, las Escuelas Normales no deben desaparecer, se deben fortalecer. Hoy será la voz de un Normalista en contra de las voces empresariales que aprovechando la coyuntura de la desgracia, han salido a decir ante los medios de comunicación que la Escuela Normal de Tiripetío debe cerrarse, proponiendo además convertirla en un museo por la belleza de su instalación central, obvio, es más fácil intentar destruir que buscar una solución que permita reconstruir la existencia de la historia, tradición y cultura encerrada en el perímetro del símbolo del Normalismo Rural Mexicano, acrisolada a lo largo de sus 95 años de existencia. Ahí hay un problema que debe enfrentarse de otra manera y con la participación de todos los actores educativos involucrados y no con la voz fácil, ligera e irresponsable de la desaparición.

Las Escuelas Normales son un símbolo nacional, son parte de la cultura del pueblo mexicano y en particular, del estado de Michoacán, por sus aulas han pasado hombres y mujeres que abrevando la sabiduría de insignes catedráticos en diversas áreas del conocimiento, egresaron y fueron al campo, a la ciudad, a la sierra, la costa y a la montaña a dar la batalla en contra de la ignorancia y a combatir la pobreza sufriendo todo tipo de penurias al lado de la gente más necesitada; fundaron escuelas, gestionaron caminos, energía eléctrica, agua potable, drenaje, centros de salud y han sembrado la semilla del conocimiento en generaciones de niños y jóvenes que a lo largo del tiempo han sido la columna vertebral en la evolución de la sociedad contemporánea.

En las aulas de las Escuelas Normales comparten su sabiduría los mejores maestros y maestras de México, lo digo porque lo viví, lo sentí y fui beneficiario de esa pasión por servir y moldear el espíritu indomable de todo joven que llega con el deseo de aprender y formarse para después ofrecer el fruto de lo aprendido a la sociedad en constante movimiento. En las Escuelas Normales se despierta la vocación por la docencia, se enciende la convicción por servir, se recibe la luz para ser agentes de cambio… se fortalece y se aprende la noble profesión de ser maestro.

Pero como todo cambia, las Escuelas Normales también deben cambiar, transformarse y adaptarse al tiempo, antes que pensar en desaparecerlas debemos pensar en renovarlas, modernizarlas, equiparlas con tecnología educativa de punta, ajustar su plan y programas de estudio, innovar en sus esquemas de enseñanza y convertirlas en centros de formación inicial que respondan a las exigencias sociales y le cumplan al Sistema Educativo Nacional como lo han hecho en distintas etapas de la historia de México.

Las escuelas Normales deben fortalecer y diversificar su oferta educativa, hacerla atractiva a las nuevas generaciones, redefinir sus propósitos, respetar sus esquemas de validación y certificación escolar, fortalecer su disciplina, clarificar sus reglas, integrar comunidades de aprendizaje colaborativo, potenciar la gestión del conocimiento, la producción de materiales didácticos innovadores, exigir la incorporación del inglés y la computación a nivel avanzado, entre otras cosas, para que al egresar, el futuro maestro o maestra pueda enfrentar con facilidad los nuevos retos y sin temor alguno, haga de la evaluación su práctica diaria, se apropie de la cultura de la actualización permanente, de su formación continua y busque afanosamente la profesionalización para estar al día y siempre listo para compartir con sus alumnos las novedades y las innovaciones del tiempo. El maestro no puede al margen y siempre debe estar al día.

En lugar de pensar en cerrar un centro del saber, debemos buscar la manera de darle vigencia a los principios filosóficos del Artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.