Por Hugo Rangel Vargas
En mayo del 2006, la periodista Denisse Maerker entrevistó al expresidente Carlos Salinas de Gortari. A preguntas incomodas, que partían de supuestos no corroborados pero que se esgrimen en la vox populi, el exmandatario respondía con un lugar común pero lleno de una carga simbólica: “eso es política ficción”. Ese ritornelo, no negaba sus actuaciones políticas, pero sí evitaba dar explicaciones sobre su relación con el empresario Carlos Ahumada y la participación que tuvo en los famosos video escándalos de aquellos años, entre otras cuestiones.
Desde antes de esa entrevista y por años, se ha rumorado sobre el papel político de Salinas posterior a la conclusión de su administración, su alejamiento de los reflectores durante el sexenio de Ernesto Zedillo y su participación en el sexenio de Fox, en contubernio con otros personajes de la vida pública del país como Diego Fernández de Ceballos, en escaramuzas tristemente recordadas de la historia reciente de México. Aunque en otros momentos del más reciente proceso electoral hizo apariciones públicas, con la cercanía de la toma de protesta del nuevo gobierno, reaparece el activismo del ex mandatario.
Un ejercicio de lucubraciones fantasiosas, de búsqueda exhaustiva y quizá forzada de coincidencias nos llevaría a cuestionarnos sobre la correlación entre las apariciones públicas en días recientes de Carlos Salinas, Vicente Fox y Felipe Calderón. Y es que si bien la extinción del antiguo régimen priista sepultó la regla no escrita del silencio de los ex mandatarios, la concurrencia de lugares retóricos de los tres personajes -aunque cada uno con sus folclores y refinamientos- es digna de las suspicacias de la “política ficción”.
Salinas, doctor en Harvard, acudió a un elegante auditorio académico e invocó las elaboradas ideas del florentino Nicolas Maquiavelo para decir que “la república esta ante un gran riesgo”. Esa declaración expresada el 6 de noviembre, fue secundada por el llamado, a su estilo vernáculo, del guanajuatense Vicente Fox quien pidió detener a la pandilla de López Obrador, y -siguiendo nuestro juego de ficciones políticas- la jugada fue ultimada con un remate de primera intención de parte de Felipe Calderón, quien ha anunciado la fundación de un nuevo partido que sea “contrapeso al gobierno entrante”.
No se trata de abundar en demostraciones acerca de la existencia de lo que AMLO ha llamado la mafia del poder; pero ahora sus opositores han dado una brillante muestra de actuación en el terreno de la política ficción, una faena con suertes al alimón digna de los mejores matadores, un canto a tres voces en el que nadie desafina; la motivación detrás de esta acción sincronizada, o al menos correlacionada podría encontrarse en la convicción que esta camarilla tiene acerca del actuar del futuro presidente: López Obrador buscará la reelección.
Pretendiendo echar a ese fantasma que, en su dogmática letanía, se cierne sobre el país, los expresidentes exponen a la opinión pública las miserias de su calidad moral, la lengua bífida de los monstros que han dejado lastimando al país, la piel podrida y apestosa de la corrupción en la que envolvieron a sus gobiernos. No bastaron ni unas cuantas horas para que su brillante y limpia sincronización fuera manchada desde Brooklyn por la acusación de sobornos hecha desde la voz de Joaquín Guzmán hacia Felipe Calderón. Es ahí, donde la política ficción, encuentra su ancla a la realidad: los demonios exorcizados regresan para hacerla concreción.
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