Por Jorge Hidalgo Lugo
Hábil en el arte de manipular, de engañar a quienes le han conferido estatus de prohombre, héroe inmarcesible, reapareció como por arte de magia y mostró, demostró, que goza de cabal salud y con un semblante que nunca acusó señal de convalecencia o haber padecido enfermedad alguna, mintió con tal facilidad que bien podría ganar un reconocimiento de la Academia al mejor actor con el peor reparto. Andrés Manuel López Obrador está de vuelta pero la patria no está a salvo.
El retorno triunfal artificioso y peliculesco con que hizo su reaparición en el escenario que es tan suyo como la chistera al mago, mandó la señal que pretendieron construir con su confinamiento para demostrar que no hay enfermedad que alcance a minar la fortaleza física que tiene el histrión preferido de las multitudes y de paso, aprovechó para lanzar nueva cortina de humo con qué distraer a su feligresía.
Porque la puesta en escena del enfermo que nunca estuvo enfermo, fue un ardid genial con qué desviar la atención del escándalo internacional que constituía no haber comprado vacunas en el momento y tiempo que lo anunció por todos los medios, siendo una asquerosa mentira.
Los días que debió recluirse en la vida palaciega que como sultán se prodiga, dejando de lado la falacia que inundó al país cuando clamaba que no podía haber gobierno rico con gente pobre, sirvieron por igual para intentar generar esa “vacío” en la conducción del país y dejar muy claro y evidente, que sin él, sin su presencia, sin su estilo para mentir y engañar, México no existe, no camina, no es el mismo.
Y lo logró para sus argumentistas, porque ni Olga Sánchez o cualquier otra de las mascotas en su entorno fueron capaces de igualar en ese particular talento de engatusar y sembrar enconos, que le son tan inherentes, únicos en su personalidad tiránica.
Pese al intento de hacerlo víctima por una enfermedad que nunca tuvo y ponerlo al nivel del último de los mexicanos, López Obrador salió a dar un paseo nocturno por el lujoso palacio donde habita y mandó la señal que su resistencia era tal que como el pasaje bíblico, tenía poder de resucitar al tercer día y no habría por qué estar en angustia, ni dejar crecer las versiones de supuestos padecimientos más graves que le inferían.
El libreto se llevó a la perfección, presumió la solidaridad internacional que de buena fe creyeron su afección y le mandaban mensajes deseando su pronto restablecimiento, incluso de sus “adversarios políticos” para quienes también tuvo rasgos de falsa humildad en su agradecimiento.
Acto teatral donde aprovechó para mentir otra vez y ocultar de paso, la realidad respecto a las vacunas, cantidades y supuestas compras hechas con antelación. Todo mientras sus mascotas operaban encriptar por cinco años toda información al respecto para que se quede sin conocer la verdad sobre el tema.
Mientras tanto en la tierra de la fantasía donde parece habitar el enfermo que no estuvo enfermo, tenía que idear otra artimaña y qué mejor demostrar que el Covid-19 a él, que es un ser tocado por mano divina, le hizo lo que el aire al benemérito Juárez: Nada.
Entonces ya con las condiciones mediáticas ajustadas a su modo, apareció fresco, rozagante, sanísimo y dispuesto a continuar con su lucha de librar a este país de la peor pandemia que ha padecido y padece como es la “corrutción”.
Nada importó al enfermo que no estuvo enfermo que México esté colocado en primer lugar de registros de mortandad proporcional por cada 100 mil habitantes a causa de Covid-19 y ubicarse entre las 20 naciones más afectadas por la pandemia.
Él, el prohombre, el enviado a salvar la nación hizo alarde de su irresponsabilidad al no usar cubrebocas y alardear además que no va a hacerlo pese a la posibilidad de contagiar o contagiarse del virus. ¡Porque nunca estuvo enfermo!
Pero además alardeó prepotente como es su sello que el uso de las mascarillas no será obligatorio en el país. Porque en México “no hay autoritarismo, está prohibido prohibir, todo es voluntario, lo más importante es la libertad y cada quien debe asumir su responsabilidad. En México no ha habido con la pandemia toque de queda como en otras partes ni se ha obligado a nada, es una decisión de cada persona”, se festinó.
Efecto estilo Hollywood que contrastó precisamente en el momento que México era declarado como el país que ocupa el primer lugar en porcentaje de muertos por Covid-19. Digno lugar que debe ser un logro inocultable de quien festeja que nos haya caído “como anillo al dedo” la pandemia.
Desviar reflectores con esta irrupción en la vida republicana de la dictadura de ocurrencias en el momento oportuno, ni antes ni después, que se informaba oficialmente y por fuentes confiables que en muertes confirmadas por Covid-19 por cada 100 mil habitantes de los últimos siete días, México tiene un porcentaje de 8.6%, seguido de Perú, 3.6; Italia, 3.5; Sudáfrica, 3; Inglaterra, 2.8; Indonesia, 2.7; Alemania, 2; Colombia 2.6 y Canadá, también 2.6%.
Circo y fantasías en torno a un enfermo que no estuvo enfermo y arremetió de nueva cuenta contra la prensa “ramplona” pero nunca dijo nada del incremento de muertos y afectados que son más de los oficialmente informados, según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Regreso mediático diseñado para la engañifa si se toma en cuenta que el director general de Promoción a la Salud, Ricardo Cortés Alcalá, informó en su momento que el Presidente sólo presentó “un cuadro leve de coronavirus, que incluyeron síntomas leves de gripe y febrícula”.
Y reforzada la engañifa si atendemos lo explicado por el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, mascota consentida y florero de lujo en las mañaneras de Palacio Nacional, quien con voz autorizada presumió que el caso de López Obrador, fue “prácticamente asintomático”.
Así las cosas, como dijo José Luis Mejías, el extinto columnista del viejo Excélsior: “¡Con estos bueyes hay que arar!”…