Por: Lilia Cisneros Luján

16 de enero 2019

Las afirmaciones de contenido específico aunque no verificado, son tan antiguas como la humanidad misma. Parte de la crisis que concluyó con el fin del imperio romano era una serie de datos que no necesariamente podían calificarse de falsos o verdaderos; pero se trasmitían de persona a persona. Rumores de guerra civil entre Cesar y Pompeyo, fueron solo algunos de los susurros que terminaron primero con la liquidez económica y finalmente con la caída del imperio de occidente y un siglo después el de oriente, pues si bien al “vulgo” poco le importaban los detalles de vida de potentados tanto en la herencia de los dos hermanos como en la tetrarquía, la adoración por César era parte de la vida romana. Sin embargo al descuidarse el andamiaje del comercio, las estructuras imperiales y la productividad de esclavos que en cierta medida eran la pasta que daba unión a todo, se fueron dando las condiciones para la derrota que desde el extranjero les infringieron los germanos en el año 476.

Los juicios de Salem, la invasión de extraterrestres, los hombres mono de la India, las supuestas epidemias –por picaduras de insectos o por virus como el VIH- son sólo algunos de los rumores que aun antes de contar con las herramientas del teléfono móvil, el twiter y tantas otras monerías de la humanidad del siglo XXI, han dejado consecuencias casi siempre drásticas y negativas. ¿Cuál es la verdad acerca del robo de gasolina? ¿Que elementos objetivos se tienen para asegurar las pérdidas cacareadas? ¿Se tienen sospechosos jurídicamente imputables?

Según los diversos académicos de la psicología social[1], en el caso de los rumores lo que priva son noticias que si bien resultan de un proceso de deliberación colectiva, no pasan de ser una suposición ambigua y a partir del furor de las redes, en ocasión de insulto a aquel a quien se envidia aun cuando no se conozca. En la mayoría de las veces, el rumor viene a ser un infundio que de simple murmullo termina convirtiéndose en el hecho mismo que se difunde aunque inicialmente haya sido una habladuría. “Si el río suena es que agua lleva” decían la abuelas pero también aclaraban. “Más que ser señorita importa que parezcas señorita”

Cuando el rumor se convierte en estereotipo de crítica o cuestionamiento de personas o circunstancia inalcanzables para los pueblos, hay ciertos temas recurrentes: complot para mantener o recuperar el poder; temor a los diferentes: minorías -por razón de género, de capacidad financiera, de religión; nacionalidad, calidades o vicios que caracterizan al otro. Y es que salvo excepciones muy escasas, los rumores casi siempre son negativos y por lo mismo generan ansiedad y miedo, como el que se ha difundido los últimos 60 días. Resultar victimizados por los rumores negativos o las violencias colectivas no es pues una novedad y la historia lo mismo ha acumulado tanto leyendas como hechos dramáticos a los cuáles se llegó después de una profusa difusión de, murmullos, susurros y hasta habladurías.

Habida cuenta que los rumores a veces tienen un núcleo de veracidad, valdría la pena analizar el tema poniendo en la mesa los periodos de hambruna en Francia -S XVII- las epidemias de cólera en Europa –S XIX- las distintas pandemias de fines del siglo pasado e inicios de este. Y es que lo rumores, son una forma simple de procesar socialmente cualquier información que ronda en la desinformación

Los rumores, son un fenómeno importante, porque ilustran el procesamiento social de la comunicación, mediante la interacción entre procesos cognitivos intra-personales y procesos sociales interpersonales ¿Qué tanta madurez emocional existe entre sujetos que con un teléfono móvil repiten profusamente un rumor? ¿Cómo se va modificando la esencia del mensaje inicial cuando este se reproduce masivamente?

Según los que han estudiado el fenómeno, son cuando menos 3 los factores que permiten la circulación de un rumor: la incertidumbre generalizada; la credibilidad de lo que se afirma –puede ser verdadero o falso- y la ansiedad de los receptores.[2] El último que ejemplifica esta hipótesis y que pretende justificar el porqué de la ruptura en el acceso a un bien –es decir los energéticos- parece haber quitado tensión en muchos otros que se ventilan básicamente entre los miembros del poder legislativo.

Seguridad y justicia son temas de ansiedad de la ciudadanía. Evitar que los delincuentes entren como al cine a un juzgado y salgan por la otra puerta, no necesariamente se debe a ministerios públicos –hoy fiscales- corruptos y jueces vendidos ¿Por qué y quienes fueron los responsables de modificaciones de códigos penales e incluso artículos constitucionales[3] que nos llevaron a esta realidad? ¿A que se debió la exclusión de los juristas como parte toral del proceso legislativo? ¿Los diputados actuales ya no adolecen de flojera o desinterés en sus representados? ¿Qué fue lo que acabó con el rumor que los calificaba como simples y baladíes “levanta dedos”?

Hoy se empieza a asumir, que el verdadero esfuerzo de un legislador se da justo en comisiones y deberá llegar al día en que se entienda que desde la iniciativa, hasta la iniciación de la vigencia de una ley, hay principios generales de derecho, que en los tantos cambios a bote-pronto de la constitución que nos rige, se han distorsionado por la ausencia de cuerpos profesionales especializados. Resulta verdaderamente inaceptable, que mejor los criminales se ocupen de contratar a los mejores talentos que los funcionarios públicos cuya responsabilidad primordial es servir a los pueblos que les pagan. Ojalá que en vez de dar rienda suelta a chismes y barullo, se de espacio a colegios de abogados reconocidos por la ley que por su misma especialidad tienen todo el derecho de ser pagados apropiadamente. No se trata de convertir a los colegios de profesionistas en vehículos de poder pero si de escuchar justo a aquellos que aprendieron en las universidades lo que significa seguridad y justicia.

[1] Shibutani, La Pieren, Allport y Postman reprodujeron además de sus teorías los experimentos de Bartlett
[2] Gordon W. Allport, Ralph L. Rosnow y Leo Joseph Postman
[3] En muy poco nos ha beneficiado someternos a sistemas sajones –Common Law- y leyes cuya realidad social, ética e histórica no tiene mucho que ver con lo nuestro.