Por: Lilia Cisneros Luján

Incompetencia y mediocridad

27 de noviembre 2019

Con frecuencia se pretende utilizar dos vocablos –incompetencia y mediocridad- como sinónimos. Nada más alejado de la realidad. He conocido personas en extremo brillantes, capaces de innovar, de plantearse juicios sobre lo establecido en la empresa o puesto, en el cual se desempeñan hábiles para la comunicación, tanto con sus pares como con los niveles superiores o inferiores y sin embargo, cotidianamente se enredan en un cúmulo de dificultades para el desarrollo de su función. ¿Para ellos lo importante es la continuidad en su puesto o demostrar cuan capaces son en sus tareas? Si el objetivo primordial es “no perder el trabajo” evitar que lo corran aun cuando sepa que las cosas podrían realizarse de distinta manera” “No hacer olas porque ni me entienden”, lo más probable es que estemos frente a un mediocre, temeroso de la crítica y dispuesto a ser invisible –igual a todos- para protegerse.

El incompetente es aquel que aun con un cúmulo de títulos que avalan cursos, grados y horas de estudio carecen de las habilidades para realizar un trabajo. Son fácilmente señalados como faltos de oficio, ineptos, torpes e incluso ignorantes. ¿Cómo puedes saber si el MP –o fiscal según la nueva definición- es mediocre o inepto? ¿Qué calidad le darías a un licenciado en derecho que sin más archiva una denuncia de hechos por robo –simple o agravado- vandalismo, despojo etc.? Hay instituciones y/o particulares que pueden escribir una novela de horror con solo relatar la manera reiterada de delinquir en un mismo domicilio y contra los mismos afectados, aunado a las horas hombre que se pierden solo para que les tomen su declaración y luego dejar libres a los pandilleros alegando que el monto de lo dañado no es relevante o que tales delincuentes son menores de edad.[1]

En las organizaciones es importante evitar tanto a los mediocres como a los incompetentes, estos últimos son fácilmente detectables y por lo mismo reemplazables si acaso la calidad directiva no es también torpe o ignorante; pero el mediocre es realidad el más peligroso porque casi siempre se adapta a la manera de pensar del dirigente en lugar donde se desempeña. ¿Cómo describirlo si a diferencia del inepto no deja rastro de sus equivocaciones? Si todos somos en algún sentido potencialmente incompetentes ¿de que manera estamos en la posibilidad de descubrir al mediocre? ¿Es fácil detectarlo si la organización –empresa gobierno, ONG- también lo es?

Debido a las múltiples limitaciones laborales, muchas organizaciones contratan profesionales brillantes a los cuáles tratan de retener en medio de cierta influencia limitante aun cuando tales sistemas no estén en su totalidad calificadas como mediocres; usted que escogería, ¿quedarse ahí para caminar hacia la mediocracia o simplemente renunciar? Si opta por lo segundo se verifica que el brillante es frecuentemente expulsado por un sistema mediocre y como consecuencia en la organización se va reforzando la mediocridad.

Lo más grave sin embargo es cuando en el universo laboral conviven, inexpertos, torpes, ignorantes y además mediocres.

En la primera parte del siglo pasado José ingenieros escribió sobre el hombre mediocre. Uno de sus capítulos fue la descripción justamente de la mediocracia, tema en el cual profundiza el filosofo canadiense Alan Deneault[2] y en otro momento el pedagogo Laurence J. Peter y el dramaturgo Raymond Hull estableciendo un principio –de Peter- para entender que todos, aún los medianamente competentes, ascienden hasta alcanzar un puesto para el cual ya no están capacitados. ¿Que se puede esperar de las personas de calidad mediana, de poco mérito o como se dice en el “Populacho” del montón?

Lo primero es entenderla, saber que los estudiosos de la materia ubican su antecedente justo como resultado -en el siglo XIX- de la revolución industrial cuando los artesanos se convierten en obreros o dicho de otra manera los oficios devinieron en empleos de una línea de producción, circunstancia esta que les producía en principio cierta frustración. Si bien en ese contexto la pretensión era acabar con la mediocridad, en los tiempos modernos, parece ser que lo ideal es promoverla. ¿Por qué después de muchos años de inmovilidad de un asunto judicial cuando hay cambio de gobierno este se resuelve y no siempre en términos de justicia? ¿Será que los aceites de la mediocridad –que como hemos dicho viene a ser una especie de antónimo de incompetencia- se valen del aplicado, servil y despojado de cualquier convicción y pasión propia? ¿O tal vez en la modernidad las instituciones –públicas o privadas- prefieren vincularse con gente que no les remuevan sus propias limitaciones, cosa que ocurre cuando un colaborar está comprometido política y éticamente o son diferentes –originales- en sus concepciones y su mitología? ¿Será que la mediocridad ha evolucionado? desde el desdén, camino que las clases medias usaron para reclamar algo y la promoción de este fenómeno, como ocurre hoy prácticamente en todo el planeta[3]; a grado tal que hace tiempo que no llegan al gobierno los mas brillantes, sino los más listos.

Si la “medidad” –con relación a la superioridad o la inferioridad- como abstracción no existe, es la autoridad del mediocre la que le confiere realidad, pues impone un estándar que todos, -empleados de una empresa o pueblo- están obligados a acatar. Lo más restrictivo a nuestra libertad es la obligación de asumir como válida la información –o sea los datos- que nos da el mediocre en el poder, aun cuando sea un gobernador que al ascender desde presidente municipal, alcanzó su nivel mínimo de incompetencia, como denunció, un líder priísta en Querétaro a propósito del informe estatal al cual calificó de programa con buenas intenciones, pero maquillado sobre todo en materia de seguridad pues los ofendidos deben enfrentar procesos lentos y por ende sin justicia expedita.

[1] En Querétaro se han perdido inversiones en salud, o en empresas de diversión –recientemente un cortijo cerca del CONIN, fue convertido casi en basurero- aprovechando 3 semanas de vacaciones de los dueños.
[2] Alain Deneault es filósofo y escritor, profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Paraísos fiscales. Una estafa legalizada (2017). Este texto es un extracto de su libro Mediocracia. Cuando los mediocres toman el poder.
[3] La falta de contención a gente violenta que destruye, como una forma de protestar contra la violencia o la falsa premisa de que hay que abrazar a los que matan mujeres, niños y en general atacan personas a las que solo miran como objeto de comercio