Por: Salvador Hurtado

Morelia, Mich. a 30 de Julio del 2018.- Resulta verdaderamente indignante que a 18 años del siglo XXI, cuando el hombre ha recorrido prácticamente todo el universo, se hacen portentosos trasplantes de órganos vitales, después de hacer una serie de galimatías y descalabros gana la presidencia AMLO, que a las juventudes acuciosas les guste el reggaeton, y ni que decir de como rugieron como dijera Saguiño de forma impresionante las salidas del closet, etc., repetimos, resulta indignante que aún no se haya descubierto un remedio realmente eficaz para esa terrible dolencia que es la infame cruda.

Los españoles la llaman resaca, los centroamericanos goma, los venezolanos ratón, los colombianos guayabo, los franceses bouche o bois (boca de madera) y los yanquis hangover, (cuelga o arrastra). Todos son términos muy expresivos, lo cual denota que los síntomas de la tétrica indisposición son universales, como también es universal la imposibilidad de curarla rápida, eficaz y de manera definitiva.

Lo más extraño del caso es que existen tantos supuestos remedios como pacientes en el orbe. Cualquier ciudadano normal admite su ignorancia respecto a la Carta de las Naciones Unidas, el álgebra o la declinación de los inherentes perredistas y panistas; sin embargo, no hay hijo de vecino que no pretenda saber cómo se cura una cruda. Lo mismo sucede con el hipo: todo el mundo asegura tener un remedio para quitarlo. Pero tanto el hipo como la cruda, hermanos, no desaparecen así como así.

Es curioso advertir que esta espantosa afección (nos referimos no al hipo sino a la cruda) siempre provoca regocijo en aquellos que no la sufren pero que la contemplan en un prójimo. Nadie se distrae ante un enfermo de gastroenteritis a menos de ser médico, o que el paciente sea un miembro de la familia política o el jefe. En cambio, basta que se sepa que algún desventurado se debate en las garras del monstruo pálido para que todos quienes lo rodean experimenten gran júbilo y el deseo incontenible de sugerirle un remedio.

“Vete al baño de vapor-le dice un compañero de oficina-y quédate quince minutos bajo la regadera de agua hirviendo y luego otros quince bajo la de agua helada. Después un masajito y a la salida te bebes una cerveza bien fría”.

“Nada de eso- interviene otro-. Lo mejor son unos chilaquiles muy picantes y una taza de café negro”.

-“Tampoco-dice el que ha viajado por Europa-.Lo mejor es un copazo de ginebra con agua quinada. Con eso se desayunaba Felipe Calderón que es campeón de las crudas y anda como si nada”.

“O inhalar oxigeno-sugiere el de mas allá-.No hay como el oxígeno para estos casos. Eso es lo que hacen los pilotos de aviación cada vez que agarran una juerga y tienen que volar al día siguiente”.

Lo malo es que todos estos sanos consejos se dan a media mañana y en la oficina, cuando el paciente suda frio y siente que le salta el estómago nada mas de pensar en comida y cuando no tolera ejercicio más violento que el de sacar el pañuelo para sofocar la frente.

Pero aun cuando estuviese en condiciones de aplicarse todos los remedios, lo más seguro es que su padecimiento continuara la trayectoria normal con sus altas y bajas, sus momentos de nausea y de horribles palpitaciones, su sed abrasadora e indiscreto temblorin, delirio de persecución. Y con el complejo de oler a caño.

Claro está que hay toda clase de crudas. Todo depende de la mezcolanza que se haya hecho la noche anterior y del estado del hígado del enfermo. Las hay leves y discretas, susceptibles de ser ahuyentadas con un simple alka-seltzer, Otras de mediano calibre, solo producen jaquecas y vascas matinales. Las de 7º. Grado en la escala de Richter ya son de cuidado: traen aparejados escalofríos y pulso trémulo, se oyen voces, y el paciente es capaz de subirse con el automóvil a la acera si le ladra un perro, inclusive agacharse al ver pasar un pájaro creyendo que es una pedrada. Y las hay de muerte: aquellas en que se babea verde se ven-y lo que es peor- ven sombras fantasmales; en que la temperatura asciende a los 40 grados centígrados y súbitamente desciende a 30; en que se escuchan imaginarias campanas y se siente la sensación, al caminar, de que se van bajando escaleras o cree uno volar sobre el techo del maloliente cuarto.

Lo peor del caso es que no existe compasión para el infeliz crudo. En la oficina le duplican el trabajo y le presentan problemas que aun en buen estado de salud hubieran sido complicados. Lo visitan parientes y amigos de hábitos notoriamente abstemios. Lo llama a acuerdo el jefe. Tiene que almorzar en casa de los suegros. Y al llegar a su propio hogar, cuando más necesitado esta de comprensión, solidaridad, cariño y reposo, su mujer lo pone “amablemente” a sacudir y cambiar de sitio el mobiliario.

¿Por qué señor, la ciencia médica que ha avanzado a pasos de gigante, es incapaz aun de resolver el problema de la cruda? ¿Cómo puede concebirse que exista cura para la nefrolitiasis y la cardialgia supurada, y no la haya para esta terrible dolencia? ¿Es que acaso los médicos no saben lo que significa levantarse de mañana sintiendo que se hunde el piso y que en la base del cerebelo se libra la batalla de puebla.

Claro está que los moralistas dirán que el mejor remedio para el mal de la mariposa negra es la supresión de la bebida. Pero esto resulta tan absurdo como recomendar a los enfermos de pulmonía que se acabe con las corrientes de aire que los tumbaron en cama: el mal ya está hecho.

Exhortamos a los médicos del mundo a que se dejen de andar persiguiendo virus exóticos o ideando operaciones del nervio glosofaríngeo, y que se lancen de una vez por todas a descubrir un remedio pronto y definitivo para la feroz cruda. La actual generación y las venideras los colmaran de bendiciones. Se les levantarían estatuas. Habría un premio Nobel de Borrachos Agradecidos. Y además de la bienaventuranza que les aguardaría en el cielo, aquí en la tierra se hincharían de ganar dinero y podrían celebrar su triunfo impunemente, cogiendo todas las embriagueces que les viniera en gana. ¡“Chingao que les cuesta”!…