Por Gregorio Molina Ortega
No se trata de despedir periodistas incómodos, aunque tampoco se necesita destruirlos profesional y socialmente. Si Andrés Manuel López Obrador está descontento con la prensa que no le es adicta y sostiene que mienten y son parte de un proyecto ajeno a México, pues que demande, que para esos están las leyeshttp://www.almomento.mx, http://www.indicepolitico.com ,www.gregorioortega.blog @OrtegaGregorioSi te INQUIETA, compártelo con todos
Desde el gobierno favorecen perversamente el encono entre periodistas de diversa actitud profesional y tintes ideológicos -si los tienen-, tanto como la confrontación prensa-Poder Ejecutivo-sociedad; los líderes de opinión se obnubilan, equivocan y olvidan lo elemental: entre gitanos no se lee la buenaventura. ¿No es ocioso que Julio Hernández López pregunte a Raymundo Riva Palacio si Andrés Manuel o Jesús Esquivel llamaron a algún medio para que suspendan o despidan a uno, dos, tres periodistas? Ambos piensan en la época en que Fausto Zapata Loredo, como personero de Luis Echeverría, exigió a Julio Scherer lealtad y la cabeza de Gastón García Cantú. Así no es como hoy se procede; ni tampoco como cuando se dio por terminado el ciclo de Jacobo Zabludovsky, quien tuvo inteligencia y capacidad suficientes para reinventarse desde un noticiero radiofónico. Por principio de cuentas, aquí no hemos tenido la suerte de contar con una propietaria y directiva de un medio impreso como Katharine Graham Meyer. Fue en el Washington Post donde se dieron a conocer la intromisión a Watergate y los papeles secretos del Pentágono. ¿Se fortaleció o debilitó la democracia? Hay diversos métodos para asegurar el silencio. El primero y más socorrido es la ejecución. Después las auditorías, la intimidación, la amenaza velada de decir con quién duermes y con quién te despiertas. El gobierno no mata periodistas, pero qué hace para detener el encono que fomenta día a día, o para evitar esas muertes anunciadas. ¿Duerme Alejandro Encinas? Ya tampoco se usa levantar la canasta de la publicidad, y PIPSA dejó de existir. Lo de hoy es el sicariato verbal, esgrimido en la tribuna donde el titular del Ejecutivo da su conferencia de prensa matutina. Desde el más recóndito recoveco de los rencores y la imaginación presidencial, se esgrimen los ficticios crímenes de la mafia de la prensa y la caterva de periodistas dedicados a dañar la imagen y el proyecto de Andrés Manuel López Obrador. El proditorio proceder verbal del presidente de la República favorece una confrontación que ya tiñe de sangre y muerte su gobierno, y va más allá de lo físico. Se conduce como un sicario de la palabra, la esgrime como arma destructora de lo que fue un proyecto de nación y de lo que, en su momento, propició un buen nivel de unidad nacional. No se trata de despedir periodistas incómodos, aunque tampoco se necesita destruirlos profesional y socialmente. Si Andrés Manuel López Obrador está descontento con la prensa que no le es adicta y sostiene que mienten y son parte de un proyecto ajeno a México, pues que demande, que para esos están las leyes.